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Un poco de mi lectura

  • Erich Martinez
  • 7 jun 2023
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 29 may 2024

Cada libro es una nueva experiencia. Complementa la técnica y la formación, y fortalece el conocimiento. Compartir esa experiencia, nos enriquece y construye como personas, como trabajadores, como profesionales, como estudiantes, como curiosos de la vida. Nos invita a entender, analizar y proponer.



En esta sección comparto con mucho entusiasmo, mi experiencia a través de la lectura, haciendo pequeños resúmenes y comentarios acerca del sentido y objetivo propio de cada libro que he leído, muchas veces, reflexionando y exponiendo un punto de vista personal acerca de la vigencia de los argumentos en los actuales momentos de nuestras vidas, como individuos y como sociedad.


Iniciemos pues este recorrido con mis lecturas. Escoge el titulo y haz click en la viñeta:


1. Normas de papel. La cultura del incumplimiento de las reglas: Mauricio García Villegas

 

Este libro publicado en el año 2009, fruto de investigaciones, análisis de casos y de una reflexión teórica y conceptual dirigida por Mauricio García Villegas, consta de diecisiete capítulos, divididos en dos partes así:

 

a.  La primera está dedicada a los estudios empíricos (casos) y personajes de la vida nacional.

 

b. La segunda está dedicada a la reflexión teórica en la que hay tres capítulos.

 

  • El primero se hace una tipología de personajes incumplidores y de los contextos en que actúan.

  • El segundo ilustra una concepción de la ley como instrumento flexible y negociable.

  • Y el tercero hace referencia a un tipo de incumpliendo fundado en razones y que pone de presente la relación entre incumplimiento, resistencia y democracia.

 

1.      Introducción

 

A través del libro se documenta como desafortunadamente la cultura del incumplimiento de las reglas en América Latina se remonta a los tiempos de la colonia cuyo profundo arraigo se manifiesta en expresiones populares como, por ejemplo, “hecha la ley, hecha la trampa”, “la ley es para los de ruana” u otras más oficiales como “se acata pero no se cumple” y que además son un buen reflejo de la disparidad existente entre las visiones del poder y de la ley que tienen los gobernantes y los súbditos. Pero tal vez la expresión más diciente de esta cultura como se plantea en el libro es aquella que dice “para mis enemigos la ley, para mis amigos todo”. E incluso se va más allá cuando se ha observado que a través de la literatura infantil, se suele exaltar la astucia y la viveza, no para resolver problemas y generar soluciones con gran acierto, sino por haberse saltado los pasos, la ley, las normas, para lograr el objetivo, premiándose y enalteciéndose así lo malo y criticando el cumplimiento para hacer lo bueno. Pero la literatura no solo se ocupa del incumplimiento de los individuos, sino también de aquel que comete el estado. Como lo cita el autor refiriéndose a una apreciación de García Márquez al respecto, “el estado es una institución sometida al capricho de los gobernantes, más que a la ley”.

 

Como lo señala el autor, Colombia no es una excepción en este panorama de sociedades poco respetuosas de las reglas. Si bien los políticos han seguido denunciando la existencia de esa brecha entre Ley y Cumplimiento, por ahí derecho han contribuido a ahondarla, no solo a través de las leyes defectuosas o inaplicables que ayudan a promulgar, sino siendo ellos mismos los primeros en desconocer lo que estas ordenan cuando les corresponde ejercer poder o autoridad. Cita el autor a García Márquez quien en alguna oportunidad manifestó que "en los colombianos cohabitan la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas o para violarlas sin castigo”.

 

De otro lado, se plantea en el libro una preocupación por el aparente desinterés a nivel académico y por supuesto de las diferentes áreas del conocimiento en relación con este tema del incumplimiento, que pone de manifiesto un nivel de indolencia y de costumbre general, que desconoce los costos que el incumplimiento tiene para la democracia y el desarrollo, pues como señala el autor:

 

“Muchos estudios publicados han puesto en tela de juicio interpretaciones previas según las cuales, la desigualdad, la pobreza, o la falta de apertura democrática explican los altos índices de criminalidad y violencia en Colombia. Según estos nuevos estudios, en cambio, la ausencia de instituciones estatales y en particular la falta de una justicia penal eficiente y capaz de disuadir a los delincuentes, son la causa de la extraordinaria reproducción del crimen. El auge del fenómeno del narcotráfico y la facilidad que tiene los carteles de la droga para reclutar gente dispuesta a traficar no son el resultado de una cultura de la ilegalidad propiamente colombiana, sino de la incapacidad del estado para desincentivar esta actividad criminal”.

 

Dicho lo anterior, se plantea así la existencia de importantes vínculos entre la cultura del cumplimiento y el desarrollo económico y social, pues en aquellas sociedades en las que más se cumple y por ello mismo en las que más se confía en que los demás cumplirán, los negocios son más fáciles de hacer, los costos de la economía se reducen y todo funciona mejor. De hecho, nos debería llevar a entender en el marco de un espectro más amplio, que el desarrollo económico no es solo un asunto de números y de capitales, sino también de valores y percepciones. La manera como los individuos ven las normas estatales y el poder público tiene consecuencias no solo judiciales y criminales, sino también económicas. La corrupción y el soborno, por ejemplo, se sustentan, en buena parte, en la percepción compartida de que las instituciones y sus leyes pueden ser engañadas. Por el contrario, la percepción de confianza conduce a la cooperación y así se disminuyen los conflictos y los costos de transacción. Otra postura al respecto se plantea en el libro, cuando se hacen algunas asociaciones que se inclinan más por la necesidad de búsqueda de valores materiales, como lo son la seguridad física y económica, en contraposición a aquellas que prefieren la búsqueda de la autoexpresión y el mejoramiento de la calidad de vida, señalando el autor estas últimas como una mirada o foco postmaterialista.

 

En el marco del análisis de la cultura del incumplimiento y como se señalaba anteriormente, el autor manifiesta su inquietud frente a como por fuera de las ciencias sociales han sido dispersos los intentos para entender la disposición cultural de los colombianos frente a las reglas. Sin embargo, algunos estudios han abordado el tema desde la perspectiva de la psicología, queriendo encontrar en la personalidad del colombiano una respuesta para explicar nuestros males, en especial la violencia y la corrupción, pero también la inmoralidad y el marcado individualismo, rasgos que hacen parte de la identidad nacional. En este sentido se señala como muchos autores también destacan la habilidad del colombiano no solo para mentir y hacer trampa, sino como muy cerca de ese engaño banalizado esta la pasión por la simulación, en donde todo el mundo quiere ser lo que no es.

 

Con base en lo que se planteado hasta este punto, el autor plantea que el gran mal de la sociedad colombiana se encuentra en el divorcio que en ella existe entre la regulación legal, moral y la cultura, pues mientras en las sociedades modernas el estado garantiza el cumplimiento de un único sistema congruente de leyes que favorece dentro de ciertos límites la coexistencia de distintas actitudes morales y tradiciones culturales, lo cual a su vez permite el pluralismo moral y cultural, en una sociedad como la colombiana se profundiza cada vez más ese divorcio entre lo legal, lo moral y lo cultural, trayendo como consecuencia que el incumplimiento de la ley no sea visto como algo moral o socialmente reprochable y que por lo mismo surjan condiciones que promuevan la violencia, la delincuencia, la corrupción, el desprestigio de las instituciones, el debilitamiento de las tradiciones culturales y sobre todo una crisis de la moral individual. Desafortunadamente, estos males que han hecho parte de la historia, que hacen parte del presente y que ensombrecen el futuro, se profundizan cada vez más, pues la sociedad los considera y ha convertido cultural, social y moralmente como aceptables.

 

Dicho lo anterior, se pone de manifiesto como la amplitud y la complejidad del fenómeno social que se aborda en el libro, así como la variedad de puntos de vista, estudios, análisis e interpretaciones, son en muchos casos tan heterogéneos a nivel académico, que difieren en mucho respecto de lo que pueden ser los concienzudos análisis de economía política y ensayos periodísticos, literarios o de políticas públicas. Es por esto, que el autor hace ciertas apreciaciones respecto de lo expresado en el libro diciendo que:

 

a. El libro no pretende ser una fotografía única y definitiva del fenómeno del incumplimiento en Colombia.


b. No es un libro de denuncia de incumplidores.


c.  No se plantea un estado que hace todo lo posible por imponer el orden pero que es víctima de una sociedad que lo engaña todo el tiempo y viceversa.


d. El incumplimiento no es solo un comportamiento individual; también puede ser un acto colectivo e incluso un comportamiento oficial. Pero el incumplimiento una vez más, no solo se observa en los gobernados o en los súbditos; también es un comportamiento muy frecuente en las mismas autoridades oficiales.


e. Este tampoco es un libro sobre el reino de la no-regla. El incumplimiento también obedece a reglas, tiene sus regularidades, sus constantes, sus rieles. Pero el incumplimiento no siempre es un acto excepcional y perturbador del orden establecido; a veces es el orden mismo. Un claro ejemplo de ello y como lo plantea el autor, es lo que sucede con la impuntualidad: las reuniones nunca comienzan a tiempo, las citas no se cumplen, ni siquiera los gobernantes cumplen con los horarios. Cuando se cita a una reunión y algunas personas llegan tarde, lo que ocurre es que quienes llegan a tiempo esperan. De esta manera se premia la conducta de los incumplidos. A la postre, llegar a tiempo termina teniendo un costo que solo algunos insisten en pagar. Pero llegar tarde no es visto como un gran defecto o como una ofensa social, mucho menos como algo que ponga en tela de juicio la amistad o los negocios. Es más bien una manera de ser que se tolera en los demás y por eso mismo, esa tolerancia se solicita a los demás. Hace parte del comportamiento rutinario de todas las sociedades. Es cierto que en unas es más significativo que otras, pero en todas existe.


f.  Se habla mucho de las razones por las cuales los individuos incumplen, pero muy poco sobre las razones que los llevan a incumplir.


g.  No solo los individuos incumplen. El estado es tal vez el primer incumplidor del país. Expide normas que no cumple, hace cosas que no están autorizadas en ninguna ley o simplemente cumple a medias. Una de las maneras típicas como el estado desconoce las normas es a través de la introducción de excepciones a las mismas. El incumplimiento de reglas por parte del estado es visto desde la sociedad como una justificación para el desacato de la gente.


h. Con mucha frecuencia, el incumplimiento colectivo es el resultado de una mentalidad poco favorable a las normas y a la disciplina social. Cuando no se ve justicia en la aplicación de la norma, muchos terminan justificando el soborno.

 

Primera parte.

Estudios de Caso

 

El autor plantea que las sociedades como las personas tienen su temperamento. Algunas son disciplinadas, obedientes y reflexivas, mientras que otras son impulsivas, desordenadas y creativas. Estos rasgos si bien no son fáciles de identificar de manera precisa y definitiva, los mismos, dan clara muestra del espíritu, la cultura, la conciencia y el sentir de una sociedad. El autor citando lo expuesto por Emile Durkheim, plantea que esto se puede evidenciar cuando un visitante siente claramente el espíritu de la ciudad que visita, a través de las reglas morales que obedece, como por ejemplo las normas de tránsito. De tal suerte, una ciudad es mucho más que la sumatoria de sus individuos, casas y edificios, pues entre las personas y esos bienes hay algo inmaterial que los liga de cierta manera y que resulta determinante para su desarrollo, y es su capacidad para resolver problemas y su futuro. Durkheim llamaba moral social a ese algo inmaterial.

 

Para ahondar en la tipología de los incumplidores y el contexto en el que se desenvuelven, sin limitarse exclusivamente a los casos aquí expuestos y que hacen parte de nuestra cotidianidad, se toman como referencia los siguientes:

 

2.      Las reglas de tránsito.

 

Cuando se analiza el fenómeno del tránsito vehicular, y se observa por ejemplo lo que sucede con los cruces viales y con los taxistas, por ejemplo, no resulta difícil identificar lo siguiente:

 

a. Las normas de tránsito se obedecen por el temor a la sanción legal. La autorregulación y la regulación social inciden muy poco en su comportamiento, es decir, la usencia de reglas es solo aparente.

 

b.  Los conductores y peatones parecen ser actores racionales guiados por la búsqueda de su propio interés. Por lo mismo, el desacato es visto como un medio necesario para llegar primero, para ganar. Pero hay algo paradójico en el tránsito. Si bien cada cual se guía por una especie de racionalidad instrumental, es decir, egoísta y destinada a llegar primero, el resultado final es que todos terminan perdiendo. Esto se llama anomia boba, que es la actitud generalizada, que consiste en violar las normas para llegar primero y termina produciendo un desorden colectivo cuyo resultado es que todos pierden. A veces colaborar es la mejor manera de ser un buen egoísta. Algo de eso pasa con la corrupción. Cuando ella se generaliza, acaba con los huevos de oro, con la institución misma de la cual se beneficia.

 

c.  Una de las razones por las cuales la gente incumple tanto las normas de tránsito es por el alto costo que en ocasiones conlleva el cumplimiento. El sistema no premia a los cumplidores.

 

Se ha visto como el incumplimiento depende mucho del contexto en el que se esté ubicado. En el momento de decir si una norma se acata o no, las personas se guían, en primer lugar, por lo que hacen los demás, y eso que los demás hacen depende de muchos factores, propios del contexto, tales como la eventual presencia de la policía, el riesgo de accidentes y la infraestructura.

 

3.      El fraude académico.

 

El autor plantea que este se debe en parte, a que las instituciones educativas han visto este tema como una simple violación del reglamento académico y no como una práctica con hondas raíces pedagógicas y culturales. En relación con sus causas se identifican dos perspectivas:

 

a.  Factores individuales entre los cuales están el género, el rendimiento académico, el nivel de competitividad, la autoestima y el desarrollo moral.

 

b.  Los factores institucionales como los códigos de honor y las acciones disciplinarias con las que las instituciones responden a los casos de fraude.

 

De lo anterior se deduce, por ejemplo, que la copia de textos ajenos parece no ser vista como la apropiación de un bien ajeno, como robarle algo a alguien, sino como una falta menor, que se comete para evitar algo peor. Es por eso que otros valores como la solidaridad con los compañeros, la necesidad, el esfuerzo personal o simplemente la justicia, terminan prevaleciendo en la mente de los estudiantes sobre el valor de la honestidad académica. La regla que prohíbe hacer fraude tiene excepciones, que resultan de situaciones puntuales en las cuales otros valores terminan siendo dominantes. Este tipo de flexibilización de la regla- el valor que la regla protege no vale siempre y en todo lugar, sino según las circunstancias- no es exclusivo del mundo académico. En toda sociedad, e incluso en la familia y en la comunidad, la flexibilización de las reglas existe y es practicada a sus anchas. Es probable que un profesional que solía hacer trampa cuando era estudiante este más cerca de, por ejemplo, involucrarse en hechos de corrupción que otro profesional que nunca hizo trampa como estudiante.

 

4.      Hacer fila.

 

La norma de la fila es clara e indiscutible en abstracto, pero en la práctica su aplicación puede dar lugar a múltiples interpretaciones, discusiones y disculpas para justificar su desconocimiento. Las circunstancias cuentan mucho a la hora de obedecer la regla de la fila, así como en el momento de obedecer casi todas las normas. Cuando una fila funciona bien, los comportamientos de la gente son visibles para todos, no existen circunstancias excepcionales, la sanción social es efectiva, y una grandísima mayoría o la totalidad de la gente, sigue la norma. Pero cuando falla alguna condición, la tentación de saltarse la fila aumenta y un porcentaje importante cede a ella. La condición social o económica es una causa frecuente de la desobediencia en las filas. En ocasiones la desobediencia no es causada por las personas que hacen la fila, sino por quienes la atienden. A veces no es la falta de autoridad, sino la falta de sanciones lo que incentiva el incumplimiento. Es una obligación, en cuanto la regla ordena no pasar delante de quienes están primero que nosotros; pero es también un derecho en el sentido de que nadie que llegue después puede pasar adelante. La regla de la fila suele ser firme y clara en su formulación, pero frágil en su ejecución. De este análisis, se identifican dos tipos de saltadores en la fila:

 

a.  Los primeros suelen tener poder o fama y por ello creen que no tienen la obligación de esperar detrás de quienes llegan primero. Piensan que la fila está hecha para gente del común; no para ellos.

 

b. Los segundos son los vivos, quienes se aprovechan del cumplimiento de los demás. También se creen superiores, no por tener poder o fama, sino por ser más astutos. Para ellos el mundo es de los vivos y no solo desatienden a quienes protestan por el abuso, sino con frecuencia se indignan por ello.

 

Así como en Colombia debería haber más delincuentes juzgados y sancionados, también debería haber más saltadores de fila avergonzados. Sin embargo, aquí no solo tenemos un problema de impunidad penal, sino también de impunidad social.

 

5.      El cultivo de amapola

 

Muchos campesinos presos de la necesidad y con un estado que brilla por su ausencia en muchos territorios del país, han caído en la falsa idea de felicidad, prosperidad y abundancia eterna presentada por personas ajenas a su pueblo, a su región, que les han propuesto tentadoras ofertas para dejar de cultivar sus tierras con los productos de pancoger y sustituirlos por cultivos ilícitos cuya compra se garantiza en su totalidad a mejores precios en relación con los productos que tradicionalmente han cosechado.

 

Una situación como lo descrita, es citada por el autor en relación con lo sucedido en Tonusco Arriba, un corregimiento de Santa fe de Antioquia, poco conocido, de población típica campesina que, de la noche a la mañana por este fenómeno, se convirtió en un pueblo boyante por la bonanza del cultivo de amapola. Esta situación rompió en pocos meses con varios siglos de costumbres ancestrales y atrajo a los grupos ilegales que quisieron meterse en el negocio cambiando todo ese prospero panorama por vacunas y muertes que terminaron por generar una desbandada de la inmensa mayoría de sus habitantes.

 

El súbito cambio de hábitos, la repentina bonanza, la aparente felicidad y prosperidad, habían roto con siglos de costumbres de trabajo y austeridad. Ya nadie se contentaba con su papa, su yuca y su maíz. Todo parecía poco comparado con los años brillantes de la amapola, con sus exorbitantes ingresos fáciles. La muerte de algunos, y la incapacidad de volver a los cultivos de siempre, produjeron la dispersión del pueblo y como a nadie le importaba los derechos de tan poca gente, un pueblo que alguna vez tuvo una historia propia y mal que bien tranquila, ahora hace parte solo del pasado.

 

6.      El cóndor

 

La violencia política que por años ha acompañado al país, es un ingrediente innegable en el nacimiento y prevalencia de la cultura del incumplimiento de las reglas. La falta de respeto y tolerancia por la diferencia ha llevado desde los gobiernos a que, ante cualquier acto de pérdida de control del orden público, cualquier ataque en contra de sus ideales, se magnifique de tal manera, que se haga uso de las instituciones para retomar ese control, facilitando la existencia y si se quiere llamar, proliferación de grupos ideológicos que desarrollan sus propias capacidades para exterminar a sus enemigos y sembrar así el terror entre la población civil.

 

Uno de muchos casos, es citado por el autor al hacer referencia al Condor cuyo actuar criminal en Tuluá Valle del Cauca, fue resultado de esta dinámica que dejaba ver el alcance del poderío otorgado por las autoridades al ser estas mismas en muchos casos quienes le consultaban sus decisiones, sobre todo aquellas que tenían que ver con el manejo del orden público, por lo cual no extraño que el apodado cóndor no solo escogiera, sino que incluso posesionara a ciertos inspectores de policía, entre otros funcionarios públicos, pues ninguna autoridad policial o funcionario público se atrevía a denunciarlo. Cuando todo se salió de las manos el gobierno actuó desarticulando su poderío, pero a costa de muchas muertes e injusticias.

 

7.      Los bandoleros

 

Como un círculo vicioso, la violencia alimenta el resentimiento, el ansia de poder, la intolerancia, la injusticia, la corrupción, la impunidad y toda aquella manifestación criminal que pueda existir. Tal y como lo señala el autor, entre 1948 y 1965, los enfrentamientos entre conservadores y liberales dieron lugar a un periodo conocido como La Violencia, una guerra política en la cual los campesinos fueron los más afectados y por lo mismo surgieron diferentes organizaciones destinadas a exterminar a sus enemigos, bien fuera en nombre del pueblo (en el caso de los liberales) o de Dios y de la Iglesia (en el caso de los conservadores).

 

A pesar de que en 1954 durante el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla se expidió una amnistía que buscaba la entrega de las armas y la reinserción a la vida civil de todos los involucrados en el conflicto, la violencia que había marcado para siempre la vida de muchos campesinos, motivo a que muchos de estos continuaran en su oficio, no se acogieran a la amnistía y se conformaran como bandoleros.

 

Estos grupos que por sus actos fueron estando por fuera de ley, realizaron y realizan como hoy en día sucede desafortunadamente, masacres, homicidios, saqueos, desplazamientos, boleteos entre otras actividades que buscan ser controladas por las fuerzas militares y de policía, sin mayores resultados, pareciendo ser el mostro de mil cabezas que no podemos o no queremos reconocer y atacar.

 

8.      La música popular.

 

La música popular donde abundan los relatos de personajes indómitos que no se someten a ninguna ley ni a ninguna autoridad, y que, con su rebeldía, buscan reivindicar valores fundamentales como el honor, la familia o la libertad, en algunos casos se han convertido en ritmos agresivos e influyentes que cuentan historias de los habitantes de los barrios más pobres, que reniegan de la policía y de la manera como esta utiliza su poder para someter a los jóvenes de barrios populares. Ante el abandono y la agresividad del estado y sus normas, el camino del torcido es el único camino posible y es el que se resalta en sus letras.

 

Otros ritmos hacen una defensa del honor como las rancheras. Como se aprecia, las letras de la música rebelde se debaten por un lado entre la simple descripción de las conductas y los personajes rebeldes, a veces incluso para criticarlas y abogar por un cambio; y la reivindicación de esos personajes y esas conductas. La letra de la música popular no solo cuenta muchas cosas sobre la vida y el amor de la gente del común, también dan cuenta de la percepción que esas personas tienen de la autoridad, del poder y de la ley, que muchas veces es negativa, aunque no siempre es la misma. A veces los personales de las canciones se enfrentan a la autoridad y a la ley en defensa de valores superiores; en ocasiones lo hacen para sobrevivir en un mundo hostil; otras tantas para manifestar su descontento y rebeldía.

 

9.      Los vendedores informales.

 

La competencia entre los vendedores informales es dura, pues trabajar en las calles supone enfrentarse a muchos riesgos e imprevistos, en un territorio en el que se requiere audacia para sobrevivir y en el que el inexperto, el confiado y el débil puede fracasar fácilmente.

 

El autor analiza el caso de los vendedores estacionarios en los puentes, es decir, aquellos que tienen un puesto fijo y que conseguirlo supone mucho trabajo y esfuerzo. Aquí las relaciones humanas entre los vendedores ambulantes no suelen ser amigables y por lo mismo la rivalidad es vista como un asunto de supervivencia, de vida o de muerte. Es muy frecuente que entre los vendedores se acusen del robo de la mercancía o de la invasión de su espacio; la desconfianza reina entre ellos. Para entrar en una zona ya ocupada por vendedores hay que comprar el plante, es decir el puesto. Pero lo que más temen estas personas es a que la policía les confisque su mercancía. Para los vendedores tener un plante es la forma legítima de hacerse el diario, de lograr aquello que el comercio formal y la industria les niega.

 

Muchos vendedores se consideran víctimas del sistema, de la injusta repartición de los recursos en la sociedad. Los vendedores también desconfían de las autoridades civiles, desde el alcalde hasta el último funcionario. Esta desconfianza genera un ciclo vicioso entre los vendedores y la administración: cada uno termina no colaborando y culpando al otro por el deterioro del espacio público. Como consecuencia de esta actitud recelosa, cuando no hostil, hacia las autoridades, casi siempre rechazan las propuestas que vienen de la administración y que buscan reunirlos en alguna organización cooperativa, pues lo ven y perciben como una estrategia para controlarlos y no como una medida encaminada a beneficiarlos.

 

10.  Los Pimpineros

 

Los pimpineros suelen ser personas de escasos recursos que para pasar el combustible por la frontera tiene dos opciones: esconderlo o sobornar a los guardias. Lo primero es quizá lo más fácil. Sin embargo, en términos generales la actitud del estado frente a los pimpineros es ambivalente: por un lado, los reprime por el hecho de ejercer una actividad ilegal, pero por el otro, los tolera debido a que necesita de la gasolina barata que viene de Venezuela para mantener la estabilidad socioeconómica de la región. En el marco de esta situación, no solo se reprime a los pimpineros, también se organizan consejos comunales con ellos y se hacen acuerdos para llegar a una situación de equilibrio que permita continuar con su actividad económica ilegal, sin que sean castigados como contrabandistas. Paradójicamente, los mismos policías que llevan a cabo las operaciones de decomiso de mercancía ilegal, son los que dejan pasar una pimpina o cinco galones por un billete o por el tanque lleno de sus motos.

 

11.  Las comunidades negras

 

El análisis de este caso, parte del conflicto que se presentó en el año 2006, cuando los nativos de las islas del rosario aprovechando la promulgación de la Ley 70 de 1993, iniciaron el proceso de reclamación de la titulación colectiva de la tierra prevista en la mencionada ley para las comunidades afrodescendientes en relación con los bienes baldíos del estado, en este caso las islas del rosario.

 

En el marco de este proceso de reclamación de propiedad y tenencia, el conflicto manejaba dos discursos, uno público y uno oculto, el cual ponía de manifiesto cierta relación de convivencia por conveniencia entre negros y blancos. Podría decirse que el conflicto no era solo por las tierras, sino también por las relaciones de poder y subordinación en las que se manejaba de cierta manera una doble moral que llevaba a tener un conjunto de normas éticas o morales diferentes para uno mismo y para los demás, o incluso para diferentes situaciones, dejando en evidencia en muchos casos una falta de coherencia en el comportamiento moral de las partes. Esto puede manifestarse en diversas formas, como la hipocresía, la contradicción entre lo que se predica y lo que se practica, o la aplicación de estándares morales diferentes dependiendo de la situación.

 

En el marco de esta situación el anuncio de la comunidad negra de las islas de su decisión de reclamar tierras que según sus “patrones” les pertenecen constituye una confrontación abierta al poder de los blancos que, durante muchos años, los nativos nunca soñaron siquiera lograr. Durante mucho tiempo, esas relaciones se caracterizaron por una dosis importante de rebeldía velada o de taimería de los nativos, que se manifestaba en pequeños actos de incumplimiento de las reglas jurídicas o de las reglas sociales informales impuestas por los blancos, y que tenían el fin de resistir la autoridad de estos últimos, ejercida en muchos casos de forma arrogante y despectiva, en donde se puede ver como el incumplimiento de reglas puede constituir una estrategia de resistencia al poder, que puede culminar en interesantes formas de confrontación de éste a través del derecho.

 

En estas relaciones, los subordinados no se atreven a rechazar públicamente el sistema que los somete —discurso público—, pero sí crean un espacio social escondido a los ojos de sus dominadores en el que expresan su disidencia, y a partir del cual crean formas de resistencia frente al poder —discurso oculto. Es así como las percepciones negativas y las actitudes hostiles y despectivas de los blancos hacia los negros se ven acompañadas de conductas paternalistas y caritativas. Así, a la par que los consideran flojos, inútiles, sucios y perezosos, los blancos están dispuestos a ser cordiales con los nativos, a darles palmadas en la espalda cuando se los encuentran, a tomarse una cerveza con ellos, a regalarles agua y luz de sus tanques y plantas, a construirles la escuela del pueblo, etc.

 

Pero la aceptación del discurso público por parte de los nativos no sólo obedece a su creencia en el mismo, sino también a los beneficios que ello les trae. En efecto, los nativos suelen aprovecharse de la retórica paternalista y caritativa de los blancos para reclamarles constantemente ayudas y favores y, en muchos casos, para descargar en ellos la satisfacción de necesidades básicas.

 

Este gusto de los nativos por el desafío soterrado a la autoridad de los blancos se ve representado en los pequeños actos ilegales que cometen ocasionalmente en detrimento de los blancos. Así ocurre, por ejemplo, cuando los nativos que se sienten maltratados por sus patrones optan por entrar a sus casas en su ausencia para hacer pequeñas maldades y daños que, aunque difícilmente perceptibles, constituyan formas de venganza y de resistencia, tales como usar los bienes de su propiedad —como la cama— o romper un vidrio. Y así ocurre también cuando los nativos permiten que, en ausencia de sus patrones, extraños entren a sus casas, lo que en ocasiones ha conducido a robos en los que terminan por encontrarse involucrados también los nativos. Si bien los actos antes descritos implican una confrontación abierta al poder de los blancos por parte de los nativos, en ellos es posible hallar aún importantes rezagos de la subordinación y del miedo reverencial de éstos.

 

12.  Las radios comunitarias

 

En la práctica del incumplimiento de normas suele haber dos actores sociales en conflicto: por un lado, una persona o un grupo de personas que se resiste a acatar lo dispuesto en una norma y por otro una autoridad que busca imponer las sanciones correspondientes a esa práctica de desacato.

 

Este fue el caso de las radios comunitarias, en donde se creó una paradójica situación en que personas y organizaciones inmersas en actividades ilegales que reclaman al estado reconocimiento y protección, encuentran en el su principal obstáculo y por ende la única opción que les deja el propio estado es permanecer en la ilegalidad. Esta actitud implica a su vez un incumplimiento del estado de sus deberes de regular efectivamente las actividades que se desarrollan en su territorio, de garantizar la participación e inclusión de comunidades tradicionalmente marginadas y de contribuir a la eliminación de la cultura de la ilegalidad.

 

13.  Álvaro Gómez Hurtado

 

El autor plantea como caso de referencia la posición de Álvaro Gómez Hurtado, frente a un llamado de la justicia en relación con el proceso que se adelantaba por su secuestro por parte del M-19. El juez que llevaba el caso en múltiples ocasiones le cito para que rindiera declaración juramentada, pero este nunca asistió, por lo que el juez decidió en derecho y por su puesto apegado a la Ley, prohibir para aquel momento la circulación del libro soy libre en el cual Gómez narraba su secuestro. Ante esto Gómez consideró y manifestó que era objeto de una arbitrariedad que no podía aceptar, ya que se le estaba mutilando su libertad de expresión. Por ello considero invocar la desobediencia civil y señalo que no acataría la decisión judicial. ¿Pero por qué de su posición? Según señala el autor por un lado arrogancia y por el otro una situación oportunista. En el primer caso quizá Gómez consideraba que un simple juez penal no podía siquiera atreverse a olvidar el lema de que la justicia es para los de ruana y así osara a aplicar una norma penal a alguien como el, poniendo de manifiesto ese comportamiento arrogante de todos aquellos que en el fondo se adhieren a ese lema aristocrático, según el cual, todos los seres humanos son iguales, pero algunos son más iguales que otros. Ahora del otro lado, Gómez vio una oportunidad para a través de ello influir en la opinión pública, darle protagonismo a su partido y fortalecer su posición en el mismo.

 

Señala el autor que todo lo anterior es el resultado de la propia ambivalencia de poderosos sectores de la elite política colombiana frente al estado de derecho, donde muchos miembros de la elite miran la legalidad no como un conjunto de normas que todos debemos respetar, sino como un instrumento para controlar sectores populares y enfrentar a los enemigos.

 

14.  La normalización de la excepción constitucional.

 

El abuso de este procedimiento legal contemplado en el artículo 213 de la constitución nacional, es un caso típico de incumplimiento de normas por parte del estado. Al normalizar lo anormal, es decir, al convertir una situación prevista para situaciones extraordinarias en una política pública corriente, los gobiernos colombianos desconocen la constitución. Un ejemplo de ello como lo plantea el autor, ha sido el poder otorgado bajo estas circunstancias a las fuerzas armadas y organismos de seguridad del estado, que con prerrogativas propias de un régimen militar han sido eximidos de los costos políticos del ejercicio directo del poder, prerrogativas que a partir de la constitución de 1991 y ante los diversos abusos, han sido drásticamente limitadas.

 

En un país que tiene dos movimientos guerrilleros, poderosas mafias de narcotraficantes, ejércitos de paramilitares y una delincuencia común desbordada, es apenas natural que el tema de la seguridad se convierta en una preocupación nacional y que por lo mismo se acuda al estado de excepción para intentar preservarla, pero en muchos casos a costa del deterioro de la dimensión democrática y legal de las instituciones.

 

Segunda Parte.

Reflexión teórica

 

15.  Los incumplidores de reglas

 

El interés de los académicos por el estudio del comportamiento del incumplidor cambia según el punto de vista desde el cual se esté observando:

 

a. Los economistas, por ejemplo, suelen concentrase en el aumento de los costos de transacción que se produce en una sociedad donde las personas no acatan las normas, o en el deterioro del capital social y su incidencia en el desarrollo económico.


b.  A muchos politólogos, por su parte, les preocupa la deslegitimación de las instituciones ineficaces y el incumplimiento como acto de resistencia al poder.


c.  A los psicólogos, a su vez, suele inquietarles el hecho de que la desobediencia pueda deteriorar los lazos comunitarios.


d. A muchos historiadores les interesa saber hasta qué punto la herencia cultural que los pueblos americanos recibieron de España ha incidido en el comportamiento incumplidor.


e. Los psicólogos sociales, por su lado, suelen estudiar el incumplimiento como en fenómeno asociado a la sumisión, a la resistencia de la autoridad.


f.  Muchos juristas, en cambio, se ocupan por estudiar las relaciones entre la desobediencia, por un lado y la moral, la legalidad o la efectividad del derecho, por otro.

 

Integrar todas estas visiones en una teoría sería deseable, dada la importancia que tiene el estudio de este fenómeno, pero es algo muy difícil. Es por esto que, con el propósito de hacer una primera aproximación al estudio de las prácticas de incumplimiento en Colombia, se hace un intento por explicarlas a partir de la integración de tres puntos de vista a los cuales se les llamará: estratégico, político y cultural.

 

a. El punto de vista estratégico suele ser invocado por los economistas y considera que la gente incumple luego de hacer un cálculo de costos y beneficios de la obediencia. Según esto, los sujetos son actores racionales que no respetan las normas cuando los efectos negativos que acarrea ese comportamiento, la sanción, por ejemplo, pueden ser evitados, no son graves, o no se compadecen con los beneficios que se obtienen.

 

b. El punto de vista político sostiene que cuando las personas incumplen, lo hacen como un acto de resistencia contra la autoridad. Según esta mirada, el mundo social está dominado por un puñado de usurpadores que detentan poder; las instituciones y las autoridades carecen de legitimidad y por eso el subordinado no pierde oportunidad para incumplir y dejar de hacer lo que se le ordena.

 

c. La perspectiva cultural por su parte supone que la razón por la cual las personas no acatan lo que las reglas establecen estriba en que los valores que ellas transmiten son vistos como menos importantes que otros valores, por ejemplo, los religiosos o familiares, arraigados en la cultura de los pueblos.

 

Cada uno de estos tres puntos de vista acentúan un tipo particular de razones para incumplir:

 

a.  El interés, en el caso de la visión estratégica.

 

b.  La defensa en el caso de la visión política.

 

c.   Los valores en el caso de la visión cultural.

 

A su vez, cada una de estas razones se refiere a una mentalidad incumplidora en particular:

 

a.  Alguien que incumple cuando no le conviene.

 

b.  Otro que incumple para defenderse.

 

c.  Uno más que incumple porque cree que hay valores superiores a los de la norma que se impone.

 

Es importante señalar, que en la práctica, una misma persona puede incumplir por varias o por todas estas razones, pero además estos personajes incumplidores no son puros ni estáticos. Existen múltiples combinaciones entre ellos y además, un mismo personaje puede cambiar según el contexto social en el que actúa.

 

Las mentalidades incumplidoras

 

Es posible ponerles nombres a las tres mentalidades incumplidoras señaladas antes:

 

a. A quien desobedece por interés, se le llama vivo.

 

b. A quien lo hace por defensa personal contra la autoridad, se llamará rebelde.

 

c. Quien lo hace en nombre de valores superiores, se llamará arrogante.

 

Considerando el análisis de las tres mentalidades, se tendrá en cuenta dos variables clave a saber:

 

a. La clase social, donde cada una tiene sus formas de incumplimiento.

 

b. El tipo de racionalidad que puede ser valorativa o instrumental.

 

La visión estratégica: el vivo

 

El vivo es el personaje incumplidor más frecuente. Siempre busca satisfacer su interés personal y por ello acomoda los medios a los fines, para que le sirvan de la mejor manera posible, sin importar ningún código moral o ley.

 

La viveza es un comportamiento ambivalente. Por un lado, es motivo de elogio, en cuanto representa una capacidad para salir avante en situaciones difíciles; por otro puede ser algo reprochable cuando se utiliza para tumbar, engañar o sacar provecho del estado o de alguien (que por lo general cumple). Cuando el vivo consigue lo que se propone, obtiene más elogio que reproche por su conducta. Pero el vivo es ante todo un calculador. Su arte consiste en hacer un cálculo estratégico entre los riesgos del incumplimiento de reglas y los beneficios que resultan de incumplir. Teniendo en mente esta idea de cálculo, los economistas suelen explicar el fenómeno de incumplimiento como un resultado de los incentivos para no cumplir, que se originan en la incapacidad institucional para sancionar a los desviados.

 

Para el vivo, el incumplimiento es visto como el producto de una estrategia individual donde los costos de las practicas criminales son bajos, comparados con los resultados obtenidos. Siendo así, el problema se origina en la existencia de instituciones débiles, que no logran imponer los comportamientos que consagran en sus normas jurídicas, por lo que la falta de sanciones efectivas se convierte en un incentivo para violar las normas, desobedecer resulta barato y por tanto cuando el estado o las autoridades civiles no tienen la capacidad para sancionar los comportamientos desviados, los ciudadanos, en la práctica, deciden que normas acatan y cuáles no.

 

Los vivos justifican el incumplimiento con un supuesto derecho supralegal: el derecho a la competencia, a la aventura. Los individuos son vistos como jugadores, que juegan con el estado y contra la sociedad y que tienen derecho a engañarlo, tanto como este puede atraparlos y sancionarlos. En la visión del juego, lo público es solo un botín. La multa, la cárcel, el regaño, la expulsión o la muerte son fatalidades del juego, no castigos sociales. El reconocimiento social suele estar ligado más al triunfo que al mérito moral; el mérito es triunfo y nada más. Se crea así una cultura del incumplimiento gallardo que desprecia al ciudadano o al funcionario obediente y premia a los vivos.

 

La visión política: el rebelde

 

En la época colonial, tener honor se asimilaba a tener virtud y libertad. Esa libertad se traducía en dos grandes privilegios: no tener que trabajar y no tener que obedecer a casi nadie. Tener que trabajar era visto como algo propio de clases inferiores y la obediencia a dios y al rey, no implicaba necesariamente una obediencia a las autoridades locales. Mientras más honor se tenía, más libre se era. Los extremos de la escala social se diferenciaban no solo en términos de riqueza, sino también de honor y libertad. De un lado estaban los poderosos, honorables y libres y del otro, los esclavos. No solo se ganaba libertad por ser noble, también se ganaba nobleza por ser libre. De esta asimilación mestiza entre libertad y el honor viene quizá esa idealización del comportamiento indómito. Pero no solo eso, de allí también puede venir esa relativa aceptación de la obediencia e incluso de la rebeldía como actos emanados de la libertad y el honor.

 

Lo nuevos estados que surgieron en América latina a principios de siglo XIX con la independencia, si bien lograron que la regulación estatal fuera universal y válida para todo el territorio, no lograron desterrar del todo esa cultura libertaria e indómita que venía de la colonia. El tradicional déficit de eficacia y legitimidad de los estados latinoamericanos ha sido y es, el caldo de cultivo de las prácticas de resistencia al poder. La diferencia entre lo criminal y lo político siempre ha sido tenue para estos personajes. Muchos rebeldes celebres del continente rompieron sus ataduras con la legalidad en venganza por un hecho que consideraron una afrenta contra su persona o su propiedad. La rebeldía como el caso de la guerrilla estaba dirigida en sus inicios a restablecer la justicia o reivindicar un derecho, más que a cambiar las instituciones o a instaurar una sociedad mejor. La iglesia y el estado no eran cuestionados, ni siquiera la jerarquía social o la división de clase. En Colombia la idea de resistencia social y comunitaria al poder, sobre todo imperialista y capitalista es cada vez más frecuente. Pero la rebeldía también se manifiesta como una especie de soberanía individual o de reivindicación de la libertad individual, que nadie tiene derecho a someter.

 

La visión cultural: el arrogante

 

De España recibimos una cultura que aprecia más los mitos grandiosos, la vida heroica y el espíritu nobiliario que la virtud del trabajo manual, el progreso material y la vida en sociedad. Mientras en una parte de Europa del siglo XVIII, la burguesía, la igualdad, el culto por el trabajo y la acumulación de riqueza se imponían, en Iberoamérica predominaban la defensa del espíritu señorial, la justificación de las diferencias sociales y la vida contemplativa. El ascenso social estaba más fundado en un capital social ligado a la sangre y al pasado, que a las virtudes burguesas del trabajo y la consagración a las labores cotidianas. Las elites siempre han invocado circunstancias excepcionales para justificar el desacato a las leyes vigentes cuando ellas atentan contra sus convicciones o intereses. Esta concepción señorial, la religión y la familia son vistas como valores superiores a la Ley. La familia y la fe estaban siempre por encima de estos valores sociales y tenían como efecto la introducción permanente de excepciones a las reglas del derecho. La religión y la familia se convirtieron así en fuentes supralegales de interpretación de la ley y de la vida en sociedad.

 

Las tres mentalidades descritas ilustran las visiones sobre el incumplimiento que se han señalado anteriormente. La visión estratégica tiene en mente al vivo; la política al rebelde y la cultural al arrogante. La racionalidad instrumental, la percepción de ilegitimidad del poder y la creencia en valores supralegales son las tres razones que respectivamente, alimentan estas tres mentalidades. Estas visiones no son puras. En la práctica se mezclan y se combinan. Es así como pueden ser diferenciadas tres mentalidades intermedias:

 

a. La primera de ella combina la viveza con la rebeldía y es propia de un personaje denominado taimado.

 

b. La segunda conjuga la viveza y la arrogancia y corresponde a alguien denominado déspota.

 

c. La tercera incorpora la rebeldía y la arrogancia y pertenece a un personaje llamado restaurador.

 

El taimado

 

En las sociedades más jerarquizadas, donde los poderosos parecen detentar todo el poder, hay algún momento en el cual los subordinados logran expresas su repudio por los que mandan. En Colombia existe toda una cultura del desacato fundada en la convicción popular de que el ejercicio de la autoridad en todas partes: en la burocracia, en la escuela, en el deporte, en la fábrica, es producto de la suerte, de las relaciones de clientela, de la astucia o de la fatalidad, pero no del mérito o de la ley.

 

La llamada malicia indígena tiene mucho de esa actitud de defensa velada del subordinado frente al superior. El taimado, se trata de un sujeto hibrido, que combina la actitud estratégica propia del vivo, con el desconocimiento de la autoridad propia del rebelde. Suelen combinar una actitud obsecuente y de acatamiento de la autoridad, con una estrategia de desacato puesta en práctica ante el más mínimo descuido de quienes detentan la autoridad. Una manifestación elocuente del rechazo hacia la ley y la autoridad entre los subordinados es el desprecio que en toda América latina existe por quienes delatan a otros, o simplemente colaboran con el poder. En Colombia se les denomina sapos. El lambón también es despreciado por que se considera que es alguien que se pasa al lado de los poderosos y de esta manera fortalece el poder de dominación y debilita el comportamiento taimado y la igualdad que debe existir entre quienes están llamados a obedecer.

 

El déspota

 

Cuando la mentalidad arrogante se combina con la viveza, surge el déspota, que es una especie de arrogante hipócrita. Déspota es quien abuza de su poder y autoridad; alguien que de manera inescrupulosa se aprovecha de su situación para obtener beneficios personales. Como puede verse en esta definición, la creencia de valores supralegales y el abuso del poder son como dos imanes que se atraen. El menosprecio de buena parte de las elites latinoamericanas por el derecho, por lo público y en general por las reglas sociales, salvo de su propio grupo social, suelen traducirse no solo en una justificación para el incumplimiento del derecho, sino también en una justificación del abuso del derecho y de los valores que defienden. El derecho ha sido más un instrumento de poder que un límite de este.

 

La actitud de incumplimiento del déspota tiene fuerte arraigo en una sociedad que acepta desigualdades sociales profundas como si fuese algo normal e incluso justificado. En todos los países las elites están acostumbradas a vivir en un entorno social donde los pobres, cuando no mendigan, ofrecen de manera casi incondicional su fuerza de trabajo. Esta distancia entre pobres y ricos ha alimentado el espíritu aristocrático de las elites y su convicción de que cuando pagan a los humildes por sus servicios, están haciendo un acto de caridad, más que cumpliendo con una obligación legal.

 

El restaurador

 

Hay un personaje que combina la visión del mundo del rebelde con la del arrogante. Del primero recoge su descontento con el mundo actual, su rechazo frontal hacia el poder existente y su deseo de cambiar las cosas, aunque sea por medios ilegales. Pero el restaurador no es un revolucionario, no es alguien que lucha por un mundo nuevo, más justo y mejor, sino alguien que batalla por la recuperación de un mundo donde los viejos valores y la tradición tenían su lugar. Esto último es lo que hereda del segundo, es decir del arrogante. El restaurador es un nostálgico; sueña con la recuperación del mundo supuestamente justo y bueno que ya paso. El restaurador se diferencia del arrogante en que mientras este último considera que la ley es justa y necesaria, pero tiene excepciones relacionadas con la posición que él ocupa en la sociedad, con su familia y con su religión, el restaurador es un incumplidor más radical, que no cree en la ley o en la autoridad, y está dispuesto a luchar, en nombre de esos valores superiores, por su derrocamiento y sustitución.

 

Por otra parte, si bien el restaurador comparte sus creencias con el déspota, se diferencia de este último por estar convencido de lo que cree, por sobreponer sus principios a sus intereses. Toda sociedad tiene sus restauradores; sus consignas no siempre son visibles y no siempre hacen un llamado al derrocamiento violento de los poderes existentes. Pero en algunas ocasiones, sobre todo cuando se viven momentos revolucionarios, los restauradores toman las armas y se organizan en un ejército contrarrevolucionario. No todos los restauradores son miembros de la elite dominante. A veces son subordinados suyos, que están dispuestos a seguir sus cruzadas con un entusiasmo y un radicalismo que ni sus mismos jefes tienen. Como los rebeldes, no todos los restauradores se lanzan a la guerra. Algunos muestran su carácter radical a través de diatribas contra una autoridad que consideran ilegitima, y hacen un llamado al regreso del viejo orden. 

 

Los seis personajes explicados tienen una relación particular con las dos variables planteadas al inicio, la clase social y la racionalidad:

 

a. La clase social. Cada clase social tiene su manera típica de incumplir. En la clase alta se suelen encontrar incumplidores arrogantes. Muchos ricos soportan mal la inclusión social y la igualdad de derechos, y por eso multiplican mecanismos de diferenciación social que les permitan seguir disfrutando de su posición, simbólica o material, de privilegio. Uno de esos mecanismos consiste en introducir excepciones a las normas, de tal manera que les permitan no tener que cumplir. Muchos miembros de la clase media, por su parte, atrapados en medio del temor de caer en la marginalidad y la ilusión de ascender socialmente, suelen ver el mundo social como una competencia que el estado no es capaz de regular y que, por lo tanto, termina premiando a los más astutos. Muchos pobres, a su vez, tienden a mantener una actitud de defensa respecto de un poder que consideran, si no abusivo, por lo menos ajeno. Por eso, porque se sienten víctimas del sistema normativo, no cumplen, o solo cumplen cuando se sienten obligados. Los personajes incumplidores no solo representan culturas y manera de ver el poder, el derecho y las reglas sociales, sino también visiones y estructuras de clase relativamente estables.

 

b. La segunda variable se refiere al tipo de racionalidad de los actores sociales y se puede distinguir entre dos tipos: la racionalidad valorativa y la racionalidad instrumental:

 

1. La racionalidad valorativa, se funda en la creencia en un valor ético, estético o religioso, sin importar los resultados que conlleve el seguimiento de dicho valor. Esta es la ética propia de los santos, su conducta obedece a sus creencias y no están dispuestos a negociar dichas creencias aun cuando las consecuencias puedan parecer indeseables.

 

2. Por su parte la racionalidad instrumental, está determinada por la búsqueda de los medios más eficientes posibles para alcanzar los resultados esperados. Esta racionalidad caracteriza al político; su objetivo es lograr ciertos fines, y para ello está dispuesto a adaptar los medios, con sus valores y creencias, para conseguirlos.

 

En concreto se podría decir que la racionalidad estratégica es predominante en el vivo, el déspota y el taimado, mientras que la mentalidad valorativa es propia del rebelde, el arrogante y el restaurador. Como se ha dicho antes, en la práctica, estos personajes no solo se mezclan, sino que un mismo sujeto puede cambiar de mentalidad de un momento a otro. Pero hay algo más; en la realidad, el fenómeno del incumplimiento en una sociedad determinada suele tener motivos mucho menos claros y definidos de lo que esta tipología sugiere. Tampoco sobra agregar que cada uno de los seis personajes refleja una manera rutinaria y corriente de una parte de la vida diaria de los colombianos. Mas que desviados, sus comportamientos están normalizados y de cierta manera regularizados en la sociedad. Ellos se guían más por las reglas sociales que por otro tipo de normas. Es por eso que, por lo general, ni los personajes incumplidores, ni los demás, perciben las prácticas de incumplimiento como actos delincuenciales o vandálicos, ni siquiera como perturbaciones del orden. La gente se queja, raramente protesta, pero en la mayoría de los casos el incumplimiento es visto como una fatalidad, como algo que hay que soportar, incluso tolerar, no como una falta.

 

A veces las mentalidades incumplidoras se encarnan en grandes criminales: el rebelde que puede terminar siendo un guerrillero, el déspota un tirano, el vivo un jefe de la mafia, el taimado un ladrón, etc. Por diversas circunstancias, los incumplidores de reglas sociales pasan a la ilegalidad abierta. Este paso no siempre se produce de manera sencilla, pero se da con más facilidad en una sociedad como la nuestra, donde el incumplimiento de pequeñas reglas es más frecuente, que en una sociedad de grandes mayorías de cumplidores natos. Pero el salto a la criminalidad no debe oscurecer el hecho de que las mentalidades de estos personajes suelen estar presentes en ciudadanos comunes y corrientes. No sobra agregar que los personajes aquí descritos han sido construidos a partir de motivaciones y ellas pueden ser de muchos tipos:

 

1. A veces están fundadas en simples intereses personales como suele pasar con el vivo.

 

2. En otras están fundadas en principios racionales como el rebelde o el arrogante y

 

3. En ocasiones están fundamentadas en simples pasiones como el déspota, el rebelde o el restaurador.

 

Los contextos

 

El estudio de las mentalidades es importante para entender el fenómeno del incumplimiento, pero no es suficiente. El vivo empedernido cumple cuando ve que la policía está cerca y que lo puede sancionar; el rebelde puede obedecer cuando cambia la autoridad o cuando cambian las normas; el arrogante acata las normas cuando ellas son compatibles con los valores que defiende.  La complejidad de las prácticas de incumplimiento deriva justamente de esa combinación variable entre visiones o mentalidades y contextos sociales.

 

Los contextos, como las mentalidades, también varían y las variaciones contextuales dependen de múltiples factores como: el tiempo, el lugar, la infraestructura, el tipo de normas, las condiciones económicas y culturales de los sujetos, el tipo de relaciones que mantienen etc. Pero hay un factor contextual particularmente determinante en la suerte que corre el cumplimiento de las normas y tiene que ver con el grado de presencia o capacidad institucional que tiene un espacio social determinado, es decir, a la mayor o menor institucionalización del espacio social.

 

Según la teoría política clásica, el estado moderno tiene tres atributos esenciales:

 

a. La soberanía,

 

b. La territorialidad y

 

c.  La nacionalidad.

 

La verdad es que el poder estatal es un poder supremo, que no tiene competencia en lo que al uso de la violencia y del poder de regulación social se refiere. El estado, es por definición, un poder no disputado. La mentira consiste en que estos atributos no son absolutos sino relativos: ningún estado, por poderoso que sea, logra una soberanía y un control pleno sobre su territorio y sobre su población. Siempre hay zonas de penumbra, zonas en las cuales el estado no logra imponer su ley. El estado existe y es fuerte, pero no siempre en todas partes.

 

Así como la soberanía jurídica que supone que el Estado impone su ley en todo el territorio nacional lo cual el autor considera una ficción, la generalización opuesta de percibir a Colombia como un país sin Estado, o con un Estado colapsado, es una exageración. Señala el autor que la verdadera realidad se podría situar en la mitad de estas dos afirmaciones que se ponen de manifiesto en un Estado dispar, cambiante y maleable, como lo es el nuestro. De estas circunstancias, por lo menos tres situaciones pueden ser allí diferenciadas:

 

a. Estado ausente. No existe estado, ni tampoco sociedad; las personas que allí habitan viven en condiciones similares a aquellas que los contractualistas denominaban estado de naturaleza.

 

b. Estado constitucional. Es el opuesto al estado ausente. El estado tiene el poder para determinar la gran mayoría de comportamientos sociales, según los prescrito en la constitución y en las leyes. Colombia no responde al modelo de democracia y de estado de derecho que proclaman sus leyes y su constitución, pero tampoco es su negación total.

 

c. Estado débil. Es un tercer tipo de estado con una identidad intermedia entre los dos anteriores, y que hace presencia bajo las formas y los atributos del estado constitucional, pero que en la práctica es incapaz de imponer sus pretensiones frente a otros actores locales, con frecuencia armados y con los cuales se ve obligado a negociar o a transigir. En este tipo de estado las instituciones estatales existen, pero el alcance de sus operaciones se encuentra limitado por el hecho de que no tienen el dominio suficiente para imponerse a los demás actores sociales y por lo tanto, se ven obligadas a ceder, a negociar, a conciliar.

 

Dicho lo anterior, se plantea que existe una especie de isomorfismo o de paralelismo, entre la tipología estatal débil y una tipología de la sociedad civil. El concepto de sociedad civil también está marcado por la ficción: la ficción de la igualdad entre las personas y los grupos respecto del estado. El estado no es equidistante respecto de los súbditos, los territorios y los grupos sociales. La sociedad también es heterogénea: no tenemos algo como una sociedad civil compuesta de personas igualmente sometidas y protegidas bajo la autoridad del estado, tal como lo suponen las ficciones jurídicas modernas.

 

Dicho lo anterior, los tres tipos de estado que se han observado: el constitucional, el débil y el ausente, están en correspondencia con tres tipos de sociabilidades:

 

a. País moderno. Al estado constitucional corresponde la llamada sociedad civil, que se caracteriza por tener una clara distinción entre lo público y lo privado, así como una neta coincidencia sobre los derechos y deberes de los ciudadanos. Los habitantes de este tipo de sociedad, por ejemplo, acuden a las autoridades cuando encuentran que sus derechos han sido violados. Las autoridades por su parte, basándose en normas generales y universales, deciden los conflictos sin atender a las diferencias de clase o poder de las partes involucradas. Se llamará a esta primera relación entre estado constitucional y sociedad civil país moderno.

 

b. País vacío. El estado ausente corresponde una sociedad inexistente o desvalida, en donde las relaciones entre las personas están regidas por la fuerza y por las estrategias de supervivencia. A esta relación entre estado ausente y sociedad desvalida se le llama país vacío.

 

c. País difuso. El estado débil prospera en un tipo de sociedad que podríamos denominar sociedad hibrida, en la cual se combina rasgos modernos y premodernos, civiles y desvalidos. Aquí la diferencia entre los publico y lo privado no es clara. Las instituciones, el espacio y los bienes públicos pierden su identidad, su uso se privatiza. Algunas personas utilizan el estado como una propiedad privada, mientras otras no tienen posibilidad alguna de acceder a la protección de este. Esta relación entre estado débil y sociedad hibrida, se denominará país difuso.

 

Estos tipos de estados son como las mentalidades incumplidoras, porosos y maleables, de tal manera que, en la práctica, se encuentran múltiples combinaciones e intercepciones entre ellos. Los mismos personajes incumplidores pueden cambiar de conducta cuando cambian de un contexto más o menos institucionalizado a otro. No solo eso, entre los contextos y los sujetos existe una relación de mutua incidencia. Los sujetos fabrican los contextos tanto como estos moldean y determinan los sujetos.

 

Así pues, en la práctica de incumplimiento intervienen:

 

a. Por un lado, unos sujetos depositarios de ciertas visiones de la autoridad y del poder (las mentalidades).

 

b.  Y por el otro, los contextos más o menos institucionalizados.

 

Una teoría completa del incumplimiento debería dar cuenta de las variaciones que se producen cuando las mentalidades se relacionan con los contextos.

 

Remedios contra el incumplimiento.

 

Los remedios contra el comportamiento de los tres personajes incumplidores básicos que se han mencionado se podrían considerar así: contra la viveza, se requiere poder estatal capaz de imponer sanciones efectivas a los infractores. La actitud de los rebeldes se contrarresta con un incremento en la legitimidad y la actitud arrogante, necesita de una cultura ciudadana del respeto a la ley.

 

a.  Capacidad de imposición. Donde no hay estado ni autoridad, los conflictos afloran y la violencia hace estragos. En sociedades grandes, individualistas, pluralistas y regidas por el mercado, se requiere una autoridad con capacidad para imponer sanciones y disuadir a los potenciales incumplidores. Una persona que no tiene el menor respeto por los principios morales termina siendo un fiel seguidor de la moral cuando con ello pueda evitar la cárcel o el pago de una multa. En Colombia pasa más bien lo contrario, como la gente ve que no hay sanciones efectivas y que todo el mundo incumple, se siente con derecho a desobedecer y termina acomodando sus convicciones morales a su desobediencia. Ante esta situación es natural que algunos crean que la solución ideal para que se respete la ley está en el rescate de la moralidad, más que en el fortalecimiento de las sanciones legales. Se podría pensar que no se tiene por qué esperar a que la gente sea buena para tener buenos ciudadanos o gobernantes. Cuando se consigue que la gente acate la ley por miedo a que lo sancionen, es muy probable que, a la larga, lo demás (la moral) venga por añadidura. Es más fácil formar buenos gobernantes a partir de instituciones eficaces, que formar instituciones eficaces a partir de buenos gobernantes. A la moral se llega más fácilmente a través del derecho que a través del sermoneo. Cuando los individuos de una sociedad se acostumbran a respetar las normas morales con el simple propósito de evitar las sanciones legales, terminan creyendo esa moral. La amenaza de la sanción cumple un papel fundamental en el estado: no solo disuade a los vivos de que incumplan, sino que los domestica, los acostumbra a respetar las normas sin que ello obedezca a un cálculo estratégico.

 

b. Capacidad de legitimación. No solo de sanciones vive el orden. La amenaza de la sanción es una condición necesaria para crear sociedades estables y justas, pero no es suficiente. Una mala paz es peor que una guerra. Se necesita además que la gran mayoría de la población considere que el régimen político en el que vive es, al menos globalmente, un régimen justo. Esta percepción de justicia fortalece la capacidad de las instituciones para llevar a cabo lo que se proponen. Un estado fuerte es aquel que cuenta con, por lo menos, dos capacidades o aptitudes a saber:

 

  • Primero puede penetrar buena parte del tejido social, para regularlo y determinarlo. Esto es una capacidad de imposición.

  • Segundo puede obtener reconocimiento y legitimidad en la población que regula. Esto es una capacidad de legitimación.

 

En Colombia se ha subestimado con mucha frecuencia la tarea de legitimización, bajo el presupuesto de que la fortaleza del estado traerá consigo la legitimización o peor aún que la fortaleza solo es cuestión de imposición. Aquí mucha gente ve en el poder, e incluso en todo lo relativo al estado, un asunto regido por el interés personal, más que un ingrediente esencial de la organización social. La percepción de lo público es muy precaria. Esa precariedad tiene, por lo menos, dos causas:

 

  • En primer lugar, la incapacidad del estado para superar los problemas de desigualdad social y

  • En segundo lugar, la ausencia de una ciudadanía incluyente y participativa.

 

La heterogeneidad social tiene causas raciales, culturales y hasta religiosas, pero nada de esto sería tan serio si no fuera por la enorme disparidad económica. En estas condiciones es muy difícil construir ciudadanía, pues esta supone un mínimo de igualdad material, sin la cual la igualdad política y legal que ella predica se convierte en un remedo de igualdad. Como lo señala el autor, ya lo había dicho Rousseau: la libertad democrática sólo florece en una sociedad donde ningún ciudadano sea suficientemente opulento como para comprar a otro, ni ninguno tan pobre como para ser obligado a venderse.

 

c.  Cultura de la legalidad y ciudadanía. Además de sanciones y de buenos gobiernos, una sociedad necesita que la gente esté dispuesta a someter sus creencias, sus valores y sus intereses a las leyes. Esto es lo que se denomina cultura de la legalidad, que es la actitud propia de la esfera pública, que consiste en subordinar, en caso de conflicto, los valores morales y culturales respecto a la ley. La cultura de la legalidad es la cultura propia del ciudadano, es decir, de aquel que, según el diccionario, es considerado como persona cívica, y en consecuencia asume sus responsabilidades. El ciudadano no negocia el cumplimiento de la ley, salvo casos extremos de injusticia, con otros valores. En un estado de derecho existe una clara distinción entre el ámbito privado de la libertad individual y al ámbito público. Es decir, entre un ámbito de libertad que consiste en poder hacer todo aquello que no hace daño a los demás y un ámbito de obligaciones impuestas por las leyes. En Colombia esa distinción no siempre es clara. Muchas veces las obligaciones públicas se negocian con la autoridad, o con el poder, como si fueran obligaciones civiles. La cultura de la legalidad supone, por una parte, una clara separación entre estos dos ámbitos y, por otra, la conciencia de que, en caso de tensión o de conflicto entre el ámbito público de la ley y el ámbito privado de la moral, o de la cultura, debe primar la ley. El ciudadano pone lo público por encima de lo privado cuando ambos entran en conflicto. Ello implica, por supuesto, que el respeto a la ley incluye el respecto a aquellas normas que protegen los derechos individuales y entre ellos el ámbito privado de la libertad. Mientras la capacidad de imposición y la capacidad de legitimación son ante todo responsabilidad del estado, la cultura de la legalidad es, ante todo, responsabilidad de los ciudadanos.

 

Es importante anotar que ninguno de estos tres remedios esta exclusivamente destinado a uno de los comportamientos incumplidores. Todos se complementan.

 

Por último, hay que advertir que no solo los individuos desobedecen. El estado es quizás el primer incumplidor del país. No solo los políticos prometen y no cumplen, también lo hacen los funcionarios públicos. El incumplimiento del estado se parece mucho al del arrogante: se lleva a cabo a través de la introducción de excepciones. Un ejemplo de ellos es el estado de excepción o de sitio, donde la anormalidad jurídica resulta siendo la normalidad.

  

16.  La flexibilidad de la ley

 

La brecha entre la ley y la realidad social es algo que no solo es atribuible a los sujetos incumplidores, al estado y a los contextos sociales, sino también a la supervivencia de una vieja concepción de la ley y el derecho que viene desde la época de la colonia. Es por esto que el autor busca mostrar la existencia de una concepción flexible y negociable de la ley, que todavía pervive en algunos ámbitos sociales y sobre todo en amplios sectores del estado. Sostiene el autor que los orígenes de esa concepción están ligados a la vieja tradición, según la cual la ley debe ser siempre justa o de lo contrario no es ley.

 

Para analizar esta concepción el autor parte de cuatro consideraciones donde las dos primeras explican el contraste conceptual entre constitucionalismo pactista y contractualista. La tercera explica como la tradición pactista sobrevivió su intento de abolición y la cuarta ilustra con ejemplos lo anterior.

 

a. La tradición pactista. Las gestas independentistas dieron lugar a la abolición del régimen colonial y al inicio de una nueva era de libertad e igualdad para todos. Sin embargo, muchas viejas estructuras coloniales sobrevivieron a los cambios institucionales y a las nuevas relaciones políticas. No solo las estructuras económicas que sustentaban una sociedad jerarquizada y de privilegios se adaptaron a los nuevos idearios políticos y jurídicos, también lo hizo buena parte de la cultura social colonial. La sociedad colonial estaba fundada en una concepción orgánica y católica, en la cual poca cabida tenían las nociones de individuo o de derechos. Dicha concepción favorecía las relaciones jerárquicas, las prerrogativas y el poder fundado en la autoridad. El sistema político estaba concebido como un pacto entre el rey y sus pueblos a partir del cual cada parte se comprometía a respectar todo aquello que había sido dispuesto por la costumbre y en ultimas por el derecho natural y por Dios. A medida que avanzaba el régimen colonial, las fuentes locales del derecho, y en particular la costumbre, fueron ganando terreno. Como resultado se dio la creación de un derecho original y dotado de vínculos difusos con sus fuentes españolas. Una ilustración de la flexibilidad del derecho colonial puede verse en la conocida fórmula de derecho indiano “se acata, pero no se cumple” que tenía la función de adaptar el derecho que venía de la península ibérica a las condiciones insospechadas de las colonias, de tal manera que los desencuentros entre el monarca y sus pueblos no terminaran en la rebelión. Los pueblos reconocían el poder de España para legislar, pero al mismo tiempo reivindicaban su derecho a poner en tela de juicio su aplicación, cuando las circunstancias lo justificaran. De esa manera se creó un derecho flexible en su concepción y en su práctica. En el ámbito jurídico, se hacia la distinción entre justicia y derechos. La justificación esencial del derecho era la realización de la justicia, siendo la ley un mero instrumento en la búsqueda de este propósito. La primera función del rey era la de administrar justicia. El derecho era el derecho justo y las normas del derecho debían estar fundadas en la razón, la ruda equidad y el bien común, o de lo contrario perdían su naturaleza. El derecho debía ser justo para que fuera derecho. Esta dependencia de la validez jurídica respecto de los contenidos justos, creo en los jueces y administradores locales un tipo de práctica jurídica favorable a la interpretación y adaptación del derecho. La discreción judicial, conocida como arbitrio judicial, fue el mecanismo legal que permitió adaptar la legislación a las necesidades e intereses locales, de tal manera que se evitaran las decisiones irrazonables. Para lograr este propósito era indispensable que la costumbre y la equidad fuesen consideradas como las fuentes primordiales del derecho aplicado por los jueces y por la administración.

 

b. Codificación, constitucionalización y costumbre en la república. La idea del pacto rey-pueblos empezó a ser puesta en duda a mediados del siglo XVIII, con la recepción en España de las ideas absolutistas que venían de Francia, según las cuales los reyes no tenían límite alguno en el ejercicio del poder y, en consecuencia, la idea medieval de pacto quedaba excluida. El absolutismo contribuyo a gestar el descontento criollo que llevaría a la independencia. La defensa de la soberanía monárquica implicaba un conflicto muy fuerte, no solo con los individuos que detentaban prerrogativas, franquicias o fueros, sino también con la iglesia, la cual, por la naturaleza de la empresa misional, gozaba de privilegios particularmente importantes en los territorios coloniales. Con el advenimiento de la independencia, el derecho colonial, fundado en la idea de pacto y en la costumbre local, fue incluido en la lista de los males imperiales del antiguo régimen. Dos importaciones jurídicas fueron utilizadas para desterrar la ideología pactista. La primera de ellas fue la codificación y la segunda el constitucionalismo. La constitución y los códigos impusieron un sistema de normas, valores y comportamientos elaborados bajo el supuesto de su racionalidad y universalidad, lo cual estaba en claro contraste con una realidad social heterogénea y multicultural, que difícilmente se acomodaba a tales categorías normativas, empezando por la existencia de barreras lingüísticas que impedían a la población indígena, muchas veces mayoritaria, acatar lo dispuesto por una elite gobernante criolla y citadina.

 

c. Supervivencia de la tradición pactista en la república. Los revolucionarios intentaron sustituir el fundamento pactista del poder y la defensa de los privilegios, por las ideas de la soberanía popular que habían prosperado en la Francia revolucionaria. El poder se fundaba en una relación sin intermediarios entre los individuos, que constituían el pueblo, y el estado, en cabeza de sus representantes. El rechazo hacia los privilegios y el sistema pactista se consolido en Francia, mientras que en buena medida fracaso en las nacientes republicas americanas, donde un nuevo lenguaje fue adoptado. En lugar de reinos se empezó a hablar de naciones; el derecho ya no evocaba privilegios y fueros, sino constituciones y leyes; y los súbditos se convirtieron en ciudadanos. El concepto de nación tuvo que ser adaptado: ya no estaba constituido por individuos, sino por provincias, estados o pueblos. No por el pueblo sino por los pueblos o mejor aún por las elites de los pueblos. La política local seguía siendo más importante que la ley general. Se consideraba que un pueblo siempre tenía derecho a revisar, reformar y mudar su constitución.

 

d. Constitucionalismo contractualista y pactismo. Desde la independencia a principios del siglo XIX, la historia de Colombia ha estado marcada por la guerra entre facciones políticas y por los pactos sucesivos entre vencedores y vencidos. Sin embargo, la guerra y la política no impidieron una enorme producción de discurso jurídico. En el siglo XIX, Colombia adopto 15 constituciones nacionales. La mayoría de ellas fueron promulgadas por facciones políticas que salían victoriosas de una guerra civil. Se puede decir según argumenta el autor, que lo que parece haber sucedido durante la época de la república, es una combinación entre por un lado la adopción de códigos y constituciones fundadas en el ideario contractualista y por el otro, el apego a una práctica jurídica de tipo pactista, que seguía viendo la justicia, o mejor, la percepción de justicia, como algo que estaba por encima de las reglas de juego. Ejemplo de esto es el acuerdo de paz con el M19 en el gobierno de Virgilio Barco y la no extradición en el gobierno de Cesar Gaviria.

 

Pactismo y constitucionalismo.

 

En el siglo XIX, la legitimidad de los vencedores provenía más de las armas que del derecho, lo cual daba lugar a una estabilidad institucional endeble. La falta de legitimidad conducía entonces a los levantamientos militares, los cuales, a su turno, terminaban con la definición de nuevos vencedores y por supuesto, con el establecimiento de nuevos pactos. El levantamiento de las facciones partidistas y militares contra el estado y sus gobernantes se sustentaba en supuestas violaciones al derecho justo y al pacto entre gobernantes y gobernados. La fórmula del constitucionalismo contractualista, o liberal, según la cual las partes en conflicto se someten a unas reglas de juego constitucionales, que no pueden ser puestas en tela de juicio a partir de la percepción de injusticia, tuvo poco valor durante este siglo. Se consideraba que el derecho debía ser justo, o de lo contrario no era derecho. Este maximalismo iusnaturalista debilito la institucionalidad y supedito el derecho a la política y a la guerra. Gran parte de esta cultura pactista siguió operando en la Colombia del siglo XX y principios del XXI. La resistencia y la rebelión siguieron presentándose y las guerras se siguen zanjando con amnistías e indultos, o con las leyes negociadas que se parecen mucho al indulto. En lugar de ser un límite al poder políticos, el derecho y las constituciones son utilizados como herramientas políticas maleables, que se acomodan, mediante la interpretación o el cambio, a las necesidades coyunturales de las elites en el poder.

 

Se podría decir que todo pacto representa una excepción constitucional y por lo tanto conlleva un cierto grado de desinstitucionalización del constitucionalismo contractualista. Este costo se justifica por el logro de la paz, a partir del cual se espera que las instituciones no solo recobren la fuerza perdida, sino que la aumenten considerablemente.

 

17.  Incumplimiento, ciudadanía y democracia

 

¿Bajo qué circunstancias excepcionales es permitido desobedecer las leyes? Gran parte de los colombianos piensan que hay buenas razones para desobedecer las leyes. Esas razones no son ni muy elaboradas ni muy coherentes, son más una justificación a posteriori de un comportamiento espontaneo, impulsivo y repetitivo. Por eso, difícilmente estarían dispuestos a defender de manera argumentada lo que hacen. Fundan sus comportamientos en razones que estarían dispuestos a defender. Quienes tiene razones fundadas o fuertes para incumplir plantean problemas complejos para la convivencia social, la ciudadanía y la democracia.

 

Los cumplidores y sus razones.

 

Las razones que tienen los individuos para cumplir pueden ser muy variadas. Aquí también es posible hablar de mentalidades, cuyo comportamiento es menos rutinario, menos prosaico y más voluntario. Se distinguen tres tipos de cumplimiento atendiendo a las razones que los motivan. En primer lugar, un cumplimiento por razones supralegales; en segundo lugar, por razones tácticas y en tercer lugar por razones cívicas.

 

a.  Cumplidores justicieros: moralistas, libertarios y revolucionarios. Entre la moral y el derecho hay muchas coincidencias; la gran mayoría de lo que la moral condena, el derecho también lo hace. La relación entre moral y el derecho puede ser presentada a partir de dos círculos que se une parcialmente. La parte sobre puesta representa todo aquello en lo cual ambos ordenes normativos coinciden. En esa zona de confluencia, el respeto por la moral basta para cumplir el derecho. En las demás zonas, cada orden normativo regula lo suyo y dispone sanciones propias para lograr eficacia. Algunas personas consideran que sus concepciones morales están por encima del derecho; por eso, solo lo cumplen cuando este coincide con su moral. Cuando no lo hace, no lo cumplen. Pero la subordinación del derecho a valores superiores propicia más el incumplimiento que el cumplimiento. No se requiere que esos valores provengan de una visión religiosa, ni que sean impuestos por una iglesia. También puede haber razones para incumplir el derecho que no son de tipo moral o religioso. Para quienes tienen una visión del mundo arrogante la ley nunca es superior a los valores que ellos, como notables, señores o patriarcas de la sociedad encarnan. El derecho para ellos tiene importancia, pero solo como instrumento de control social; como mecanismo para imponer orden y cultura en el pueblo raso. La mentalidad rebelde también subordina la ley a valores superiores: libertad, justicia, igualdad, emancipación, etc. Dado que, en su opinión, el poder es arbitrario, la autoridad carece de legitimidad y eso lo libera de la obligación de obedecer el derecho. Como el arrogante, el rebelde estima que el derecho siempre está en competencia con algo, nunca tiene valor en sí mismo, y siempre debe ser evaluado en relación con otra cosa. La reducción de lo institucional a lo político implica una reducción del derecho a la política y, por lo tanto, una subordinación de las normas jurídicas a los valores políticos. Quienes obedecen el derecho solo en la medida en que coincida con sus creencias morales o políticas, en realidad solo acatan su propia axiología. El derecho no es la fuente, la razón de su cumplimiento, simplemente sobreponen su moral o su ideología al derecho. Las personas que así se comportan tienen una mentalidad que podríamos denominar justiciera.

 

b. Cumplidores tácticos. Acatan el derecho cuando les conviene. Primero calcula las consecuencias que acarrea incumplir y luego concluye que vale la pena acatar lo que la norma dice. En ese cálculo cuenta mucho la predicción de lo que sucederá con la sanción. Las normas cuya sanción o incentivo según el caso tengan pocas posibilidades de aplicarse, difícilmente son acatadas por este cumplidor táctico; aquellas cuya sanción es probable, en cambio, merecen su atención y respeto. Los cumplidores tácticos suelen ser los mismos vivos. Este cumplidor ve la regla como un juego en el que se gana o se pierde. El cumplidor táctico no se pregunta si las autoridades son legítimas o no, eso es irrelevante para él. Lo que le interesa es saber cómo le va, que gana y que pierde en ese juego entre el, la autoridad y la norma. Cuando una sociedad está compuesta por una gran mayoría de personas que solo cumplen para evitar las consecuencias perjudiciales de la sanción, se requiere de un aparato estatal con una gran capacidad de control policivo para evitar que ese tipo de gente incumpla. Es justamente esa falta de capacidad lo que más alimenta la cultura de la viveza. Mas aun, existe una especie de circulo vicioso entre incapacidad estatal e incumplimiento: mientras las instituciones son menos capaces de hacer cumplir sus mandatos, mayor es el incumplimiento, lo cual, a su turno, debilita la capacidad estatal. Una sociedad donde todos ven el derecho desde el punto de vista táctico es una sociedad inviable. Es necesario, que por lo menos los funcionarios públicos tengan, de entrada, una disposición favorable al cumplimiento de las normas.

 

c.  Cumplidores cívicos. Fundan su comportamiento en la percepción del derecho como un deber. En eso se parecen a los cumplidores justicieros, pero se diferencia de ellos en que el deber no proviene de lo que la norma dice, de su justicia, sino de la norma misma. Cumplen porque creen que las normas están para ser cumplidas, no porque ordenan algo con lo cual están de acuerdo, como los justicieros. Para los cumplidores cívicos, las normas son un componente esencial del grupo social; cumplir las reglas es lo propio del ciudadano, aunque no sea lo único ni lo más importante. Quienes adoptan este punto de vista no evalúan las normas, ni se preguntan si es o no conveniente cumplirlas; simplemente las cumplen de manera rutinaria y acrítica. Esto supone desde luego que quien cumple de esta manera tiene una valoración positiva del régimen político y jurídico o como se dirá más adelante, tiene la convicción de estar sometido a un régimen básicamente justo. Esta es la actitud que por lo general adoptan los funcionarios públicos ante el derecho. Ellos no se preguntan si la norma es justa o no, o si en caso de incumplirla existe o no posibilidad de que los sancionen; simplemente cumplen el derecho porque esa es su función, cumplirlo y hacerlo cumplir. Esto no significa que no existan funcionarios que irrespeten las reglas, o que las cumplan solo cuando consideran que la norma es justa, o cuando la sanción puede hacerse efectiva. La corrupción de los funcionarios públicos es una prueba de ello. Los cumplidores cívicos no tienen la severidad de los justicieros, ni la negligencia de los tácticos; no son sacerdotes ni picaros. Son personas que adoptan una disposición natural a cumplir con el derecho. De allí la célebre expresión liberal: cumplir puntualmente y criticar libremente. Por todo ello, el acatamiento institucional que implica, el cumplidor cívico contribuye a la legitimidad del sistema. Se puede estar en desacuerdo con un gobierno, incluso con las normas que expide, pero eso no conduce a la desobediencia. La fortaleza de una democracia no depende solo de su estructura básica sino también de las cualidades y actitudes de los ciudadanos. El hecho de que las personas cumplan y confíen en que los demás cumplirán facilita la participación ciudadana y la realización de los proyectos colectivos. La comunidad cívica se mantiene unida por relaciones horizontales de reciprocidad y cooperación, y no por relaciones verticales de autoridad y dependencia. El cumplimiento espontaneo de las reglas no solo descarga al estado de muchas labores de vigilancia, sino también de labores de captura, juzgamiento y represión de los incumplidores. No es simplemente un problema de cultura; se requiere bienestar económico y estabilidad institucional para conseguir este grado de confianza y respeto al derecho. La confianza en los demás y la presunción de buena fe no son actitudes silvestres en una sociedad. En la mayoría de las sociedades existe un porcentaje de personas que está dispuesto a no cumplir cuando la oportunidad se presenta. Un sistema jurídico se debe diseñar pensando en el potencial perturbador de ese porcentaje si quiere lograr estabilidad y eficacia.

 

La relación entre la ley, la moral y la cultura

 

Como vemos, los individuos pueden tener múltiples razones para obedecer las normas. Esta diversidad de razones o de motivaciones morales, culturales, políticas, económicas, jurídicas etc, pone de presente el tema de la relación entre la ley, la moral y la cultura. La cultura ciudadana, es el resultado de una intersección entre tres sistemas de regulación: la ley, la moral y la cultura. Cuando existe armonía entre la ley, la moral y la cultura, la cultura de la legalidad florece. Cuando los comportamientos ilegales se desaprueban moral y culturalmente, prospera la cultura de la legalidad. La preocupación surge en aquellos casos en los cuales surge una aprobación social o moral de comportamientos ilegales, es decir, un divorcio entre moral y costumbre, por un lado y derecho por el otro. La armonía entre ley, moral y cultura suele estar presente en sociedades bien ordenadas y socialmente homogéneas, con niveles bajos de conflictividad y mecanismos claros de resolución de conflictos. ¿Pero qué pasa en sociedades conflictivas y heterogéneas? Si lo que se trata es de que los colombianos no subordinen el derecho a la moral y a la costumbre, eso no se soluciona evitando que exista conflicto entre los tres órdenes, ese conflicto siempre está latente, incluso en las sociedades modernas y desarrolladas, lo que debe establecerse es una manera de resolverlo, o de que cada cual lo resuelva; y esa manera no es otra que el sometimiento de la moral y de la costumbre al derecho. En eso consiste la cultura cívica, en la cual los ciudadanos, cuando actúan en el espacio público dejan de lado sus principios morales y sus costumbres en beneficio de la ley, es decir, de lo público. Esto significa que cuando hay contradicciones entre el derecho y la moral, es el derecho y no la moral el que dice como se resuelven las tensiones. Pero es cierto que el derecho también tiene límites. Nadie puede justificar el acatamiento de normas en condiciones de esclavitud o avasallamiento. En esas condiciones extremas, no hay derecho, sino iniquidad. El sometimiento de la moral y de la costumbre al derecho se da solo en presencia de un régimen político globalmente justo. En estas condiciones, y solo en estas, el desacato es considerado una desobediencia prosaica y por eso no es sancionada. Así pues, cuando las bases de un ordenamiento jurídico están fundadas en un catálogo de valores y principios que han sido concebidos democráticamente, y que pueden ser considerados como un sistema compartido de valores, los ciudadanos pierden, prima facie, el derecho a incumplir sistemáticamente el derecho de ese ordenamiento.

 

Resistencia, desobediencia civil y cultura ciudadana

 

Sócrates pensaba que la injusticia puntual contra alguien no era una justificación suficiente para desobedecer y, de esa manera, debilitar el orden establecido en las leyes. Se discute si las personas tienen o no la obligación de obedecer las leyes que son injustas. En contra de la idea luterana de que los seres humanos deben ser obedientes y disciplinados frente a la autoridad, los filósofos de salamanca sostenían que las personas no solo podían diferenciar claramente entre el bien y el mal, sino que tenían un derecho inalienable natural a oponerse al tirano que ejercía ese mal. Pero no todos los pensadores cristianos aceptan el derecho a la rebeldía. Ni la adquisición del bien más grande, ni evitar el peor mal posible, justifican el hecho de que un individuo sobre la tierra desconozca el principio de la no resistencia al poder supremo. El derecho a la desobediencia también tiene una larga tradición en la teoría política, donde el pueblo tiene derecho a retomar el poder legislativo, cuando quien ha sido nominado para ello desconoce el bienestar del pueblo y viola los derechos de los individuos. Como se ve, el derecho a la resistencia hace parte de una larga tradición, empeñada en someter las normas jurídicas a la justicia. De otro lado, la discusión contemporánea sobre el derecho a la desobediencia civil, donde el problema consiste en saber si alguien tiene derecho a no respetar una norma que considera injusta, pero que hace parte de un ordenamiento cuya justicia, en términos generales, no se cuestiona. La desobediencia civil supone que quien incumple la norma no lo hace con el objeto de ganar puntos en la disputa que mantiene con su contendor político. Se trata más bien de un acto suprapartidista que hace un llamado, a partir de un caso concreto, a valores fundamentales que no hacen parte del debate político; a valores esenciales, superiores y que todas las posiciones políticas deberían compartir. Esta invocación a lo fundamental permite introducir una excepción al principio que impone el deber de obediencia al derecho. El desacato esta fundado en razones excepcionales que no contradicen ese principio, sino que lo confirman, en tanto se presenta como una excepción a la regla. La desobediencia civil es una excepción a esta regla: una excepción que se justifica por la violación grave de principios y derechos fundamentales impuesta por una norma del ordenamiento. En relación con la resistencia al poder y lo hasta aquí expuesto, el autor plantea cuatro ideas al respecto:

 

a. En primer lugar, aquí estamos ante situaciones de ilegalidad muy diversas, que conviene distinguir. Una cosa es la sublevación de todo un pueblo ante un tirano (rebelión); otra es la acción violenta emprendida por un grupo subordinado frente a una autoridad o una decisión (protesta violenta) y otra es la desobediencia pacífica y pública frente a la ley (desobediencia civil)

 

b. En segundo lugar, cuando las circunstancias de la autoridad son tan variadas y cambiantes, es muy difícil establecer una regla general sobre la justificación de la desobediencia civil, o incluso de la resistencia o la rebelión. En Colombia el estado es camaleónico; las mismas normas son aplicadas de manera diferenciada según la población, el territorio, los recursos con los que cuenta etc. Cuando el derecho no cumple con su promesa de tratar a todos de igual manera, es decir, cuando representa una expresión más o menos fiel de nuestra voluntad como comunidad, nos encontramos frente a una situación de alienación legal, en la cual el derecho debe proteger, en lugar de acallar, a quienes protestan. El derecho a la protesta aparece así, en un sentido importante al menos, como el primer derecho; el derecho a exigir la recuperación de los demás derechos.

 

c. En tercer lugar y ligado al punto anterior, la pregunta a responder es ¿quién tiene derecho a catalogar una situación como de alienación legal, o como de básicamente injusta de tal manera que justifique la resistencia a la autoridad e incluso el uso de la violencia? Algunos han dicho que es el pueblo quien define esa situación.

 

d. En cuarto lugar, quienes adoptan una actitud favorable frente al tema de la resistencia al derecho, no necesariamente defienden un punto de vista progresista frente al poder o la autoridad. Para los iusnaturalistas el derecho debe obedecer a valores superiores y para los iuspositivistas el derecho es autónomo frente a los valores que están por fuera, por encima, del derecho. En Colombia no tenemos mayores motivos para estar satisfechos con el presente y esa insatisfacción es, en buena parte, atribuible a la incompetencia y a la corrupción de la clase política que nos ha gobernado por casi dos siglos. Al interior del estado colombiano parece haber una lucha entre dos facciones que buscan consolidar dos proyectos diferentes de sociedad: uno de ellos conservador, empeñado en mantener las viejas estructuras patriarcales de poder y clientela; y otro progresista, que busca superar esas estructuras y consolidar un estado social de derecho.

 

Teniendo en cuenta esta visión constructiva o constitutiva del estado, en oposición a una visión instrumental, parece, por ejemplo, que como sucede con la oposición en su afán por descalificar el poder político termina confundiendo ese poder con las instituciones y el derecho; y por esa vía, al polarizar todo el estado, bloquea las posibilidades de cambio democrático.

 

Tal es el caso de la izquierda latinoamericana, que considera que todos los males vienen del estado, y por eso experimenta cierto menosprecio por todo lo institucional (solo cuando llega al poder, constata la importancia que tiene la permanencia del estado y de sus normas en la búsqueda de sus propósitos de cambio). Eso conduce a una actitud de intransigencia sistemática por parte de los movimientos contestarios en el continente, y de allí viene una precariedad institucional, que dificulta incluso la posibilidad de que la izquierda se desarrolle, tal y como viene sucediendo en estos tiempos.

 

Cualquiera sea la situación o la ideología, el cambio social democrático necesita mantener aquella parte de la institucionalidad básica que es indispensable para que el cambio tenga lugar por las vías pacíficas y sobre todo para que dicho cambio perdure. Al desconocer el carácter de regímenes globalmente justos, es decir, al negar la existencia de una institucionalidad básica, legitima y ajena al debate político, la izquierda radical latinoamericana ha minado el camino de su propio avance político, y bloqueado los posibles desarrollos democráticos de esa institucionalidad básica.

 

La sociedad solo es viable si los principios ceden un poco frente a la realidad; esté compuesta por cumplidores cívicos o a lo sumo por cumplidores cívicos y tácticos, y no por cumplidores justicieros.

 


2. El Príncipe: Nicolás Maquiavelo

Sobre el autor, Nicolas de Maquiavelo, fue un diplomático, funcionario público, filosofo político y escritor italiano, considerado padre de la ciencia política moderna. Dentro de sus múltiples obras se destaca esta, El Príncipe (1513), considerado como un libro de estrategia y un importante aporte a la concepción de la política moderna, cuyo objetivo principal ha sido el de enseñar a los gobernantes (príncipes) de la época como actuar para destacarse y ser exitosos.

 

El Príncipe:

 

Considerado como un tratado de doctrina política, este documento nace de dedicar a Lorenzo II de Medici sus pensamientos, puntos de vista y consideraciones desde la experiencia, en respuesta a la acusación que pesaba sobre él, de haber conspirado en contra de los Medici. Este tratado que consta de veintiséis apartados inicia con una dedicatoria que me permito citar a continuación y que pone manifiesto lo que son sus valores, principios, intensiones y de cómo se reconoce como hombre, como persona, como ser humano, como diplomático:

 

“Los que desean congraciarse con un príncipe suelen presentársele con aquello que reputan por mas precioso entre lo que poseen, o con lo que juzgan mas ha de agradarle; de ahí que se vea que muchas veces le son regalados caballos, armas, telas de oro, piedras preciosas y parecidos adornos dignos de su grandeza. Deseando pues, presentarme ante vuestra magnificencia con algún testimonio de mi sometimiento, no he encontrado entre lo poco que poseo nada que me sea mas caro o que tanto estime como el conocimiento de las acciones de los hombres, adquirido gracias a una larga experiencia de las cosas modernas y a un incesante estudio de las antiguas. Acciones que luego de examinar y meditar durante mucho tiempo y con gran seriedad, he encerrado en un corto volumen, que os dirijo”.

 

“No quiero que se mire como presunción el que un hombre de humilde cuna se atreva a examinar y criticar el gobierno de los príncipes. Porque así como aquellos que dibujan un paisaje se colocan en el llano para apreciar mejor los montes y los lugares altos, y para apreciar mejor el llano escalan los montes, así para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe, y para conocer la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo”.

 

Capítulo I. De las distintas clases de principados y de la forma en que se adquieren.

 

Maquiavelo inicia sus planteamientos señalando que todos los Estados que han ejercido y ejercen soberanía sobre los hombres han sido y son para ese momento:

 

a.      Republicas o

b.      Principados, y que estos principados pueden ser:

 

· Hereditarios cuando una misma familia ha reinado en ellos largo tiempo.

· Nuevos: del todo o como miembros agregados al Estado hereditario del príncipe que los adquiere.

 

Señala que los dominios así adquiridos están acostumbrados a:

 

a.      Vivir bajo un príncipe o

b.      Ser libres

 

Y se adquieren:

 

a.      Por las armas propias o por las ajenas

b.      Por la suerte o por la virtud

 

Capítulo II. De los principados hereditarios

 

Maquiavelo manifiesta su interés por referirse a los principados y a como estos pueden gobernarse y conservarse. Para el autor es más fácil conservar un Estado hereditario, acostumbrado a una dinastía, que uno nuevo, ya que basta con no alterar el orden establecido por los príncipes anteriores, y contemporizar después con los cambios que puedan producirse. Así y bajo estas condiciones, si el príncipe es inteligente, se mantendrá siempre en su Estado a menos que algo extraordinario comprometa su trono y si así sucediese solo tendrá que esperar para reconquistarlo y que el usurpador sufra un tropiezo. Esto debería suceder ya que el príncipe natural tendría menos razones y menor necesidad de ofender y por lo mismo contar con el respeto, el aprecio y el respaldo de los suyos.

 

Capítulo III. De los principados mixtos

 

Sin embargo, Maquiavelo señala que las dificultades se encuentran en los principados mixtos donde estos no son del todo nuevos, sino que también tienen un miembro agregado anterior o hereditario y bajo estas condiciones las dificultades de las cuales se hace referencia tendrían que ver con:

 

a. Que los hombres cambian con gusto de señor, creyendo mejorar y esta creencia los impulsa a tomar armas contra el, en lo cual se engañan, pues luego la experiencia les enseña que han empeorado.


b. Las condiciones anteriores llevan al príncipe a ofender a sus nuevos súbditos, de modo que tiene por enemigos a todos los que ha ofendido al ocupar el principado y no puede conservar como amigo los que le han ayudado a conquistarlo, porque no puede satisfacerlos como ellos esperaban y puesto que les estas obligado tampoco puedes emplear medicinas fuertes contra ellos.


c. Siempre, aunque se descanse en ejércitos poderosísimos, se tiene la necesidad de colaboración de los provincianos para entrar a la provincia.

 

De otro lado se señala, que bien es cierto que los territorios rebelados se pierden con mas facilidad cuando se conquistan por segunda vez, porque el señor, aprovechándose de la rebelión, vacila menos en asegurar su poder castigando a los delincuentes, vigilando a los sospechosos y reforzando las partes más débiles.

 

Así mismo se planeta, que los Estados que al adquirirse se agregan a uno mas antiguo, o son de la misma provincia y de la misma lengua, o no lo son. Cuando lo son es muy fácil conservarlos, sobre todo cuando no están acostumbrados a vivir libres, y para afianzarse en el poder, basta con haber borrado la línea del príncipe que los gobernaba, porque, por lo demás, y siempre que se respeten sus costumbres y las ventajas de que gozaban, los hombres permaneces sosegados. Por lo tanto, quien adquiere estos Estados, si desea conservarlos deben tener dos cuidados:

 

a.      Que la descendencia del primer príncipe desaparezca

b.      Después, que ni sus leyes ni sus tributos sean alterados.

 

Caso contrario sucede, cuando se adquieren Estados en una provincia con idioma, costumbres y organización diferentes, pues surgen dificultades y se hace precisa mucha suerte y mucha habilidad para conservarlos, lo cual además sugeriría la necesidad de:

 

a. Que la persona que los adquiera fuese a vivir con ellos, haciendo mas segura y duradera su posesión, pues establecerse allí, facilita ver nacer los desordenes y reprimirlos con prontitud, ya que, residiendo en otra parte, se entera uno cuando ya son grandes y no tienen remedio.


b. Mandar colonias a uno o dos lugares que sean como llaves de aquel Estado, en lugar de enviar numerosas tropas que resultan más costosas.


c. Convertirse en paladín y defensor de los vecinos menos poderosos, ingeniarse para debilitar a los de mayor poderío y cuidarse de que, bajo ningún pretexto, entre en su Estado un extranjero tan poderoso como el, que pueda generar divisiones y pasiones.

 

Se observa como en términos generales estas reglas señalan respetar a los menos poderosos sin aumentar su poder, avasallar a los poderosos y no permitir la influencia de personas ajenas. En este sentido el príncipe prudente no solo debe preocuparse de los desórdenes presentes, sino también de los futuros y de evitar los primeros a cualquier precio. Para evitar una guerra nunca se debe dejar que un desorden siga su curso, porque no se le evita, sino se le posterga en perjuicio propio.

 

Para finalizar, señala Maquiavelo, como el ansia de conquista es, sin duda, un sentimiento natural y común, y siempre que lo hagan los que pueden, antes serán alabados que censurados; pero cuando intenten hacerlo a toda costa los que no pueden, la censura es licita. Así mismo el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina, pues es natural que el que se ha vuelto poderoso recele de la misma astucia o de la misma fuerza gracias a las cuales se lo ha ayudado.

 

Capítulo IV. Por qué el reino de Darío, ocupado por Alejandro no se sublevó contra los sucesores de este después de su muerte.

 

En este aparte, Maquiavelo señala que todos los principados han sido gobernados de dos modos distintos a saber:

 

a. Por un príncipe que elige de entre sus siervos, que lo son todos, los ministros que lo ayudaran a gobernar.


b. Por un príncipe asistido por nobles que, no a la agracia del señor, sino a la antigüedad de su linaje, deben la posición que ocupan.

 

Dicho lo anterior y considerando el primer caso, el príncipe goza de mayor autoridad porque en toda la provincia no se reconoce soberano sino a él y si se obedece a otro, a quien además no se tiene particular amor, solo se lo hace por tratarse de un ministro y magistrado del príncipe. En el segundo caso, estos nobles tienen Estados y súbditos propios, que los reconocen por señores y les tienen natural afección.

 

Capítulo V. De qué modo hay que gobernar las ciudades o principados que, antes de ser ocupados, se regían por sus leyes propias.

 

En este aparte se señala que hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad:

 

a. Destruirlo

b. Radicarse en el

c. Dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto numero de personas, para que se encargue de velar por la conquista.

 

Como ese gobierno sabe que nada puede sin la amistad y poder del príncipe, no ha de reparar en medios para conservarle el Estado. Porque no hay nada mejor para conservar una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por sus mismos ciudadanos.

 

Capítulo VI. De los principados nuevos que se adquieren con las armas propias y el talento personal.

 

Maquiavelo considera que los hombres siguen casi siempre el camino abierto por otros y se empeñan en imitar las acciones de los demás. Y aunque no es posible seguir exactamente el mismo camino ni alcanzar la perfección del modelo, todo hombre prudente debe entrar en el camino seguido por los grandes e imitar a los que han sido excelsos, para que, si no los iguala en virtud, por lo menos se les acerque.

 

Los principados de nueva creación, donde hay un príncipe nuevo, son más o menos difíciles de conservar según que sea más o menos hábil el príncipe que los adquiere. Los que por caminos semejantes a los de aquellos, se convierten en príncipes adquieren el principado con dificultades, pero lo conservan sin sobresaltos. Las dificultades nacen en parte de las nuevas leyes y costumbres que se ven obligados a implantar para fundar el Estado y proveer su seguridad.

 

No hay nada más difícil de emprender, ni mas dudoso de hacer triunfar, ni mas peligroso de manejar, que el introducir nuevas leyes, pues el innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se benefician con las nuevas.

 

Dicho lo anterior, se señala la necesidad de observar si esos innovadores los son por si mismos, o si dependen de otros, es decir, si necesitan recurrir a la suplica para realizar su obra, o si pueden imponerla por la fuerza. En el primer caso, fracasan siempre, y nada queda de sus intenciones, pero cuando solo dependen de si mismos y pueden actuar con la ayuda de la fuerza, entonces rara vez dejan de conseguir sus propósitos.

 

Capítulo VII. De los principados nuevos que se adquieren con armas y fortuna de otros.

 

Plantea el autor que hay dos modos de llegar a ser príncipe: por méritos o por suerte. Los que solo por la suerte se convierten en príncipes poco esfuerzo necesitan para llegar a serlo, pero no se mantienen sino con muchísimo. Estos príncipes no se mantienen sino por la voluntad y la fortuna de quienes los elevaron y no saben ni pueden conservar aquella dignidad. No saben porque, si no son hombres de talento y virtudes superiores, no es presumible que conozcan el arte del mando, ya que han vivido siempre como simples ciudadanos; no pueden porque carecen de fuerzas que puedan serles adictas y fieles.

 

Capítulo VIII. De los que llegaron al principado mediante crímenes.

 

Puesto que hay otros dos modos de llegar a príncipe que no se pueden atribuir enteramente a la fortuna y a la virtud, se hace referencia en primer caso al que asciende al principado por un camino de perversidades y delitos y después al caso del que llega a ser príncipe por el favor de los ciudadanos. No se puede llamar virtud el matar a los ciudadanos, el traicionar a los amigos y el carecer de fe, de piedad y de religión, con cuyos medios se puede adquirir poder, pero no la gloria.

 

Sin embargo, se plantea el buen o mal uso de la maldad. Las crueldades bien empleadas se dan cuando se aplican una sola vez por absoluta necesidad de asegurarse, y cuando no se insiste en ellas, sino, por el contrario, se trata de que las primeras se vuelvan todo lo beneficiosas posibles para los súbditos. Las mal empleadas son las que, aunque poco graves al principio, con el tiempo antes crecen que se extinguen.

 

Dicho esto, Maquiavelo considera necesario que un príncipe vivirá con sus súbditos de manera tal, que ningún acontecimiento favorable o adverso, lo haga variar, pues la necesidad que se presenta en los tiempos difíciles y que no se ha previsto, no puede ser remediada y el bien que se haga ahora de nada sirve ni nadie lo agradece, porque se considera hecho a la fuerza.

 

Capítulo IX. Del principado civil

 

En este apartado Maquiavelo hace un nuevo planteamiento en relación con aquel caso en el que un ciudadano, no por crímenes ni por violencia, sino gracias al favor de sus compatriotas, se convierte en príncipe.

 

El Estado así constituido puede llamarse principado civil. El llegar a el no depende por completo de los méritos o de la suerte; depende, mas bien, de una cierta habilidad propiciada por la fortuna, y que necesita, o bien del apoyo del pueblo, o bien del de los nobles. Porque en toda ciudad se encuentran estas dos fuerzas contrarias, una de las cuales lucha por mandar y oprimir a la otra, que no quiere ser mandada ni oprimida y del choque de las dos corrientes surge uno de estos tres efectos:

 

a. Principado. Puede ser implantado tanto por el pueblo como los nobles, según que la ocasión se presente a uno o a otros. Lo nobles cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe, para poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo cuando a su vez comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su autoridad a uno y lo hace príncipe para que lo defienda. Pero el que llega al principado con ayuda de los nobles se mantiene con mas dificultad que el que ha llegado con el apoyo del pueblo, porque los que lo rodean se consideran iguales, y en tal caso les hace difícil mandarlos y manejarlos como quiera. Mientras el que llega por el favor popular es única autoridad, y no tiene en derredor de nadie o casi nadie que no este dispuesto a obedecer.

 

b. Libertad. Un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, por que son muchos los que lo forman; a los nobles como se trata de pocos, le será fácil. Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el ser abandonado por el; de los nobles si los tiene por enemigos, no solo debe temer que lo abandonen, sino que se rebelen contra él.

 

c. Licencia. Es necesario para el príncipe vivir siempre con el mismo pueblo, pero no con los mismos nobles, supuesto que puede crear nuevos o deshacerse de los que tenía, y quitarles o concederles autoridad a capricho.

 

Por otra parte, el príncipe no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a los demás, pero en cambio puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es mas honesta que la de los grandes, queriendo estos oprimir y aquel no ser oprimido. Bajo estas circunstancias se plantea que resulta importante saber de quien se rodea el príncipe, pues debe servirse de aquellos que son de buen criterio, porque en la prosperidad te honraran y en la adversidad no son de temer. Caso contrario cuando no se unen sino por calculo y por ambición, esto es señal de que piensan mas en si mismos que en ti, y de ellos se debe cuidar el príncipe y temerles como si se tratase de enemigos declarados, porque esperan la adversidad para contribuir a su ruina.

 

Por ultimo se señala, que los principados peligran cuando quieren pasar de principado civil a principado absoluto, pues estos príncipes gobiernan por si mismos o por intermedio de magistrados. En el ultimo caso su permanencia es mas insegura y peligrosa, porque depende de la voluntad de los ciudadanos que ocupan el cargo de magistrados, los cuales y sobre todo en épocas adversas, pueden arrebatarle muy fácilmente el poder, ya dejando de obedecerle, ya sublevando el pueblo contra ellos. Es por todo esto, que un príncipe hábil debe hallar una manera por la cual sus ciudadanos siempre y en toda ocasión tengan necesidad de Estado y de él. Y así le serán siempre fieles.

 

Capítulo X. Cómo deben medirse las fuerzas de todos los principados

 

Señala Maquiavelo que si un príncipe posee un Estado tal que pueda en caso necesario sostenerse por sí mismo o si tiene en tal caso que recurrir a la ayuda de otros, probablemente será a través de levantar un ejercito respetable y presentar batalla a quien quiera que se atreva a atacarlos. Pero habrá otro caso en el que se seguramente no se puede presentar batalla al enemigo en campo abierto y que por lo tanto se ven obligados a refugiarse dentro de sus muros para defenderse. Así las cosas, un príncipe que gobierne una plaza fuerte y a quien el pueblo no odie, no puede ser atacado; pero si lo fuese, el atacante se vería obligado a retirarse sin gloria.

 

Capítulo XI. De los principados eclesiásticos

 

Maquiavelo también hace referencia otro tipo o variante de principado, los eclesiásticos, para los cuales todas las dificultades existen antes de poseerlos, pues se adquieren o por valor o por suerte y se conservan sin el uno ni la otra, dado que se apoyan en antiguas instituciones religiosas que son tan potentes y de tal calidad, que mantienen a sus príncipes en el poder sea cual fuere el modo en que estos proceden y vivan. Estos son los únicos que tienen Estados y nos los defienden, súbditos y no los gobiernan. Y los Estados a pesar de hallarse indefensos, no les son arrebatados, y los súbditos a pesar de carecer de gobierno, no se preocupan, ni piensan, ni podrían sustraerse a su soberanía. Son por consiguiente los únicos principados seguros y felices. Pero como están regidos por leyes superiores, inasequibles a la mente humana, y como han sido inspirados por Dios, sería oficio de hombre presuntuoso y temerario el pretender hablar de ellos.

 

Capítulo XII. De las distintas clases de milicias y de los soldados mercenarios.

 

Después de haber discutido sobre la naturaleza de los principados, de haber señalado las causas de su prosperidad o ruina y los medios con los que muchos quisieron adquirirlos o conservarlos, resta ahora hablar de las formas de ataque y defensa que pueden ser necesarias en cada uno. Como ya se ha señalado, es preciso que un príncipe eche los cimientos de su poder, porque de lo contrario, fracasaría inevitablemente. Y los cimientos indispensables a todos los Estados, nuevos, antiguos o mixtos, son las buenas leyes y las buenas tropas.

 

En relación con las tropas con que un príncipe defiende sus Estados son propias, mercenarias, auxiliares o mixtas. Las mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas y el príncipe cuyo gobierno descanse en soldados mercenarios no estará nunca seguro ni tranquilo, porque están desunidos, porque son ambiciosos, desleales, valientes entre los amigos, pero cobardes cuando se encuentran frente a los enemigos, porque no tienen disciplina. No tienen otro amor ni otro motivo que los lleve a la batalla que la paga del príncipe, la cual, por otra parte, no es suficiente para que deseen morir por él. Quieren ser soldados mientras el príncipe no hace la guerra, pero en cuanto la guerra sobreviene, o huyen o piden la baja.

 

De otro lado se señala, que un principado o una republica deben tener sus milicias propias; que, en un principado, el príncipe debe dirigir las milicias en persona y hacer el oficio de capitán, y en las republicas un ciudadano; y si el ciudadano nombrado no es apto, se lo debe cambiar y si es capaz para el puesto, sujetarlo por medio de las leyes. La experiencia enseña que solo los príncipes y republicas armadas pueden hacer grandes progresos y que las armas mercenarias solo acarrean daños.

 

Capítulo XIII. De los soldados auxiliares, mixtos y propios

 

Las tropas auxiliares, otras de las tropas inútiles de que se ha hablado, son aquellas que se piden a un príncipe poderoso para que nos socorra y nos defienda. Estas tropas pueden ser útiles y buenas para sus amos, pero para quien las llama son casi siempre funestas; pues si pierden, queda derrotado y si gana se convierte en prisionero. En relación con las tropas mercenarias hay que temer sobre todo las derrotas, en las auxiliares los triunfos. Por ello todo príncipe prudente ha desechado estas tropas y se ha refugiado en las propias y ha preferido perder con las suyas a vencer con las otras.

 

Cuando se habla de mixtos, se habla de ejércitos que se componen de tropas mercenarias y propias y en su conjunto son mucho mejores que las milicias exclusivamente mercenarias o exclusivamente auxiliares, pero muy inferiores a las propias.

 

Por último, Maquiavelo señala que aquel que en un principado no descubre los males sino una vez nacidos, no es verdaderamente sabio, pero esta es virtud que tienen pocos. Así mismo concluye que sin milicias propias no hay principado seguro, mas aun, esta por completo en manos del azar, al carecer de medios de defensa contra la adversidad. Las milicias propias son las compuestas o por súbditos, o por ciudadanos, o por servidores del príncipe.

 

Capítulo XIV. De los deberes de un príncipe para con la milicia.

 

Para Maquiavelo un príncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único que compete a quien manda. Y su virtud es tanta que no solo conserva en su puesto a los que han nacido príncipes, sino que muchas veces eleva a esta dignidad a hombres de condición modesta, mientras que por el contrario ha hecho perder el Estado a príncipes que han pensado más en las diversiones que en las armas. Un príncipe que aparte de sus desgracias, no entienda de cosas militares, no puede ser estimado por sus soldados ni puede confiar en ellos.

 

En consecuencia, un príncipe jamás debe dejar de ocuparse el arte militar, y durante los tiempos de paz debe ejercitarse mas que en los tiempos de guerra, lo cual puede hacerse de dos modos:

 

a. Con la acción. En lo que atañe a la acción, debe, además de ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza con el doble objeto de acostumbrar al cuerpo a las fatigas y de conocer la naturaleza de los terrenos, la altitud de las montañas, la entrada de los valles, la situación de las llanuras, el curso de los ríos y la extensión de los pantanos. En esto último pondrá muchísima seriedad, pues tal estudio presta dos utilidades:

 

· Primero se aprende a conocer la región donde se vive y a defenderla mejor.

·  Segundo en virtud del conocimiento practico de una comarca, se hace, más fácil el conocimiento de otra donde sea necesario actuar.

 

El príncipe que carezca de esta pericia carece de la primera cualidad que distingue a un capitán, pues tal condición es la que enseña a dar con el enemigo, a tomar los alejamientos, a conducir los ejércitos, a preparar un plan de batalla y a atacar con ventaja.

 

b. Con el estudio. En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, ver como se han conducido en la guerra, analizar el porque de sus victorias y derrotas para evitar estas y tratar de lograr aquellas y sobre todo hacer lo que han hecho en el pasado algunos hombres egregios que, tomando a los otros por modelos, tenían siempre presente sus hechos mas celebrados.

 

Se señala entonces la conducta que debe observar un príncipe prudente al no permanecer inactivo nunca en tiempos de paz, sino, por el contrario, hacer acopio de enseñanzas para valerse de ellas en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle preparado para resistirle.

 

Capítulo XV. De aquellas cosas por las cuales los hombres y especialmente los príncipes, son alabados o censurados.

 

Queda ahora por analizar como debe comportarse un príncipe en el trato con súbditos y amigos. Para empezar, es importante señalar que hay tanta diferencia entre como se vive y como se debería vivir, que aquel que deja de hacer lo que hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse, pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son, por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad. Todos los hombres cuando se habla de ellos y en particular los príncipes por ocupar posiciones más elevadas son juzgados por algunas de estas cualidades que les valen censura o elogio. Es por ello que se precisa ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas que le significarían la pérdida del Estado, y si puede aun de las que no se lo harían perder, pero si no puede no debe preocuparse gran cosa y mucho menos incurrir en la infamia de vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el Estado, porque si consideramos esto con frialdad, hallaremos que  a veces, lo que parece virtud es causa de ruina y lo que parece vicio solo acaba por atraer el bienestar y la seguridad.

 

Capítulo XVI. De la prodigalidad y la avaricia.

 

Maquiavelo argumenta que la generosidad puede ser una herramienta poderosa para un príncipe, pero debe ser utilizada con cuidado y estrategia para evitar que sea percibida como debilidad y para mantener su autoridad y respeto. Maquiavelo sugiere que, en ciertas circunstancias, puede ser beneficioso que un príncipe sea visto como generoso o prodigo. La generosidad puede ganar el favor y lealtad de la gente, creando una imagen positiva de poder y benevolencia. Sin embargo, si la prodigalidad es evidente y pública, puede ser perjudicial para el príncipe. Esto se debe a que la gente podría interpretar su generosidad como una debilidad, pensando que el príncipe es derrochador o fácilmente influenciable, lo que podría erosionar su autoridad y respeto. Por lo tanto, Maquiavelo sugiere que la generosidad debe ser ejercida de manera virtuosa, es decir, de manera estratégica y prudente. Si se hace correctamente, sin que la gente perciba que el príncipe está siendo generoso, entonces la prodigalidad no será conocida y no se le asociará con el vicio del derroche.

 

De otro lado, señala que un príncipe también puede reparar poco en incurrir en el vicio del tacaño, porque este es uno de los vicios que hacen posible reinar. Estratégicamente, Maquiavelo sugiere que, en ciertas situaciones políticas, ser tacaño puede ser beneficioso para un príncipe. La tacañería puede ayudar a conservar recursos y poder, lo que puede ser crucial para mantener el control y la estabilidad en el gobierno. Para Maquiavelo, el príncipe debe encontrar un equilibrio entre la generosidad y la tacañería. Mientras que la generosidad puede ganar el favor del pueblo y de ciertos aliados, la tacañería puede asegurar la conservación de recursos y el poder. El príncipe debe saber cuándo y cómo aplicar cada una de estas cualidades según las circunstancias políticas y sociales.

 

Esta posición también refleja la idea de Maquiavelo de que es mas prudente contentarse con el tilde de tacaño que implica una vergüenza sin odio, que, por ganar fama de prodigo e incurrir en el de expoliador, que implica una vergüenza con odio.

 

Capítulo XVII. De la crueldad y la clemencia; y si es mejor ser amado que temido, o ser temido que amado.

 

Maquiavelo plantea la dicotomía entre ser amado y ser temido como dos enfoques diferentes para el ejercicio del poder. Ser amado implica ganar el afecto y la lealtad de los subordinados, mientras que ser temido implica inspirar miedo y respeto. Dicho esto, señala que todos los príncipes deben ser tenidos por clementes y no por crueles. Un príncipe no debe preocuparse porque lo acusen de cruel, siempre y cuando su crueldad tenga por objeto el mantener unidos y fieles a los súbditos; porque con pocos castigos ejemplares será más clemente que aquellos que, por excesiva clemencia, dejan multiplicar los desórdenes, causas de matanzas y saqueos que perjudican a toda una población, mientras que las medidas extremas adoptadas por el príncipe solo van en contra de uno.

 

Sin embargo, debe ser cauto en el creer y el obrar, no tener miedo de si mismo y proceder con moderación, prudencia y humanidad, de modo que una excesiva confianza no lo vuelva imprudente y una desconfianza exagerada, intolerable. Surge de esto una cuestión: si vale mas ser amado que temido, o temido que amado. Nada que ser ambas cosas a la vez. Sin embargo, se señala que es mas seguro ser temido que amado, porque de la generalidad de los hombres se puede decir que mientras les haces el bien son completamente tuyos, pero cuando la necesidad se presenta se rebelan. Y es que las amistades que se adquieren con el dinero y no con la altura y la nobleza de alma son amistades merecidas, pero de las cuales no se dispone, y llegada la oportunidad no se las puede utilizar. Los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer, lo cual puede deberse a que aquellos que intentan ser amados pueden ser vistos como más débiles o menos propensos a tomar represalias, lo que lleva a una menor precaución por parte de otros al interactuar con ellos. Dicho esto, y en la dinámica de lo que implica el poder, Maquiavelo argumenta que ser temido puede ser más efectivo para mantener el poder y el control sobre los demás, ya que la gente tiende a ser más cautelosa al tratar con aquellos a quienes temen, por temor a las consecuencias negativas. Por lo tanto, sugiere que en la arena política y de liderazgo, es más seguro para un líder ser temido que ser amado.

 

Capítulo XVIII. De qué modo los príncipes deben cumplir sus promesas

 

Se señala en este capitulo que nadie deja de comprender cuan digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez. Sin embargo, en la vida real, se presentan dos maneras de combatir: una con las leyes; otra con la fuerza. La primera es distintiva del hombre, la segunda de la bestia. Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. Un príncipe debe saber entonces comportarse como bestia y como hombre, empleando las cualidades de ambas naturalezas. Esta bien mostrarse piadoso, fiel, humano, recto y religioso y así mismo serlo efectivamente; pero se debe estar dispuesto a irse al otro extremo si ello fuera necesario. Por todo esto, un príncipe debe tener mucho cuidado de que no le brote nunca de los labios algo que no este empapado de las virtudes citadas y de que al verlo y oírlo parezca la clemencia, la fe, la rectitud y la religión mismas, sobre todo esta última, pues los hombres en general juzgan mas con los ojos que con las manos, porque todos pueden ver, pero pocos tocar. Todos ven lo que parece ser, mas pocos saben lo que eres; y estos pocos no se atreverán a oponerse a la opinión de la mayoría, que se escuda detrás de la majestad del Estado.

 

Capítulo XIX. El príncipe debe evitar ser despreciado y odiado

 

Maquiavelo señala que el príncipe debe tratar de huir de las cosas que lo hagan odioso o despreciable, y una vez logrado, habrá cumplido con su deber y no tendrá nada que temer de los otros vicios. Hace odioso el ser expoliador y el apoderarse de los bienes y de las mujeres de sus súbditos, porque la mayoría de los hombres mientras no se vean privados de sus bienes y de su honor, viven contentos. De otro lado, señala la necesidad de ser ingenioso para que en sus actos se reconozca grandeza, valentía, seriedad y fuerza. Y con respecto a asuntos privados de los súbditos, debe procurar que sus fallos sean irrevocables y empeñarse en adquirir tal autoridad que nadie piense en engañarlo ni envolverlo con intrigas. Señala Maquiavelo que un príncipe debe temer dos cosas: en el interior, que se le subleven los súbditos; en el exterior que le ataquen las potencias extranjeras. De estas se defenderá con buenas armas y con buenas alianzas, y siempre tendrá buenas alianzas el que tenga buenas armas, así como siempre en el interior estarán seguras las cosas cuando lo estén en el exterior, a menos que hubieren sido previamente perturbadas por una conspiración. En lo que se refiere a los súbditos, ha de cuidar que no conspiren secretamente, evitando que lo odien o lo desprecien, empeñándose por todos los medios en tener satisfecho al pueblo.

 

Concluye entonces Maquiavelo que un príncipe cuando es apreciado debe cuidarse muy poco de las conspiraciones; pero que debe temer todo y a todos cuando lo tienen por enemigo y es aborrecido por el. En un Estado organizado, donde los príncipes son además sabios en su actuar, siempre se ha procurado no exasperar a los nobles y a la vez tener satisfecho y contento al pueblo. Así mismo los príncipes deben encomendar a los demás las tareas gravosas y reservarse las agradables. Pero también se señala que cuando un príncipe no puede evitar ser odiado por una de las partes, debe inclinarse hacia el grupo mas numeroso, y cuando esto no es posible, inclinarse hacia el mas fuerte.

 

 Capítulo XX. Si las fortalezas y otras muchas cosas que los príncipes hacen con frecuencia son útiles o no.

 

Señala Maquiavelo que hubo príncipes que para conservar sin inquietudes el Estado, desarmaron a sus súbditos, dividieron los territorios conquistados, favorecieron a sus mismos enemigos, atrajeron a aquellos que le inspiraban recelos al comienzo del gobierno, construyeron fortalezas e incluso así mismo las arrasaron. Nunca sucedió que un príncipe nuevo desarmase a sus súbditos; por el contrario, los armo cada vez que los encontró desarmados. De este modo las armas del pueblo se convirtieron en las del príncipe, los que recelaban se hicieron fieles, los fieles continuaron siéndolo y los súbditos se hicieron partidarios.

 

El príncipe que adquiera un Estado nuevo mediante la ayuda de los ciudadanos que examine bien el motivo que impulso a estos a favorecerlo, porque si no se trata de afecto natural, sino de descontento con la situación anterior del Estado, difícil y fatigosamente podrá conservar su amistad, pues tampoco el podrá contentarlos. El príncipe que teme mas al pueblo que a los extranjeros debe construir fortalezas; pero el que teme mas a los extranjeros que al pueblo debe pasarse sin ellas. No hay mejor fortaleza que el no ser odiado por el pueblo, porque si el pueblo aborrece al príncipe, no lo salvaran todas las fortalezas que posea, pues nunca falta al pueblo, una vez que ha empuñado las armas, extranjeros que los socorran. Se concluye entonces que habrá de elogiarse tanto a quien construya fortalezas como a quien no las construya, pero será motivo de censura a todo el que, confiado en las fuerzas, tenga en poco el ser odiado por el pueblo.

 

Capítulo XXI. Cómo debe conducirse un príncipe para ser estimado

 

Nada hace tan estimable a un príncipe como las grandes empresas y ejemplo de raras virtudes. También concurre en beneficio del príncipe el hallar medidas sorprendentes en lo que se refiere a la administración. Y cuando cualquier súbdito hace algo notable, bueno o malo, en la vida civil, hay que descubrir un modo de recompensarlo o castigarlo que de amplio tema de conversación a la gente. Y por encima de todo, el príncipe debe ingeniarse por parecer grande e ilustre en cada uno de sus actos. Así mismo se estima al príncipe capaz de ser amigo o enemigo franco, es decir, al que, sin temores de ninguna índole, sabe declararse abiertamente en favor de uno y en contra de otro. El abrazar siempre un partido es siempre más conveniente que el permanecer neutral, pues como se señala en el caso de una confrontación entre dos partes muy fuertes y poderosas, por ejemplo, si el príncipe no se define, será presa del vencedor, con placer y satisfacción del vencido y no hallara compasión en aquel ni asilo en este, porque el que vence no quiere amigos sospechosos y que no le ayuden en la adversidad y el que pierde no puede ofrecer ayuda a quien no quiso empuñar las armas y arriesgarse en su favor. Señala Maquiavelo que siempre veras que aquel que no es tu amigo te exigirá la neutralidad, y aquel que es amigo tuyo te exigirá que demuestres tus sentimientos con armas. Los príncipes irresolutos, para evitar los peligros presentes, siguen las mas de las veces el camino de la neutralidad y las mas de las veces fracasan. Pero cuando el príncipe se declara valiente por una de las partes, si triunfa aquella a la que se une, aunque sea poderosa y el quede a su discreción, estarán unidos por un vinculo de reconocimiento y de afecto; y los hombres nunca son tan malvados que, dando la prueba de tamaña ingratitud, los sojuzguen.

 

Si por el contrario surge una confrontación cuyas partes no son tan poderosas y fuertes, que no inspiran ningún temor, mayor es, la necesidad de definirse, pues no hacerlo significa la ruina de uno de ellos, al que el príncipe, si fuese prudente, debería salvar, porque si vence queda a su discreción y es posible que con su ayuda no venza. Conviene advertir que un príncipe nunca debe aliarse con otro mas poderoso para atacar a terceros, sino de acuerdo con lo dicho, cuando las circunstancias lo obligan, porque si venciera queda en su poder y los príncipes deben hacer lo posible por no quedar a disposición de los otros. De cualquier manera, termina Maquiavelo señalando que la prudencia estriba en saber conocer la naturaleza de los inconvenientes y aceptar el menos malo por bueno.

 

Capítulo XXII.  De los secretarios del príncipe.

 

La primera opinión que se tiene del juicio de un príncipe se funda en los hombres que lo rodean: si son capaces y fieles, podrá reputárselo por sabio, pues supo hallarlos capaces y mantenerlos fieles; pero cuando no lo son, no podrá considerarse prudente a un príncipe que el primer error que comete lo comete en esta elección. Señala Maquiavelo que hay tres clases de cerebros: el primero discierne por si; el segundo entiende lo que otros disciernen y el tercero no discierne ni entiende lo que los otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil. Se señala que para conocer a un ministro hay un modo que no falla nunca. Cuando se ve que un ministro piensa mas en el que en uno y que en todo no busca sino su provecho, estamos en presencia de un ministro que nunca será bueno y en quien el príncipe nunca podrá confiar. Por su parte, el príncipe, para mantenerlo constante en su fidelidad, debe pensar en el ministro, debe honrarlo, enriquecerlo y colmarlo de cargos, de manera que comprenda que no puede estar sin el, y que los muchos honores no le hagan desear mas honores, las muchas riquezas no le hagan desear mas riquezas y los muchos cargos le hagan temer los cambios políticos.

 

Capítulo XXIII. Como huir de los aduladores

 

Los príncipes que no son prudentes o no sabe elegir, se rodean de aduladores. No hay otra manera de evitar la adulación que el hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad y resulta que cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respecto. Por lo tanto, un príncipe prudente debe preferir un tercer modo: rodearse de los hombres de buen juicio de su Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la verdad, aunque en las cosas sobre las cuales sean interrogados y solo en ellas. Pero debe interrogarlos sobre todos los tópicos, escuchar sus opiniones con paciencia y después resolver por si y a su albedrio. Y con estos consejeros comportarse de tal manera que nadie ignore que será tanto mas estimado cuanto mas libremente hable. Fuera de ellos, no escuchar a ningún otro, poner en seguida en práctica lo resuelto y ser obstinado en su cumplimiento. Quien no procede así se pierde por culpa de los aduladores o, si cambia a menudo de parecer, es tenido en menos. Por este motivo, un príncipe debe pedir consejo siempre, pero cuando él lo considere conveniente y no cuando lo consideran conveniente los demás, por lo cual debe evitar que nadie emita pareceres mientras no sea interrogado.

 

Capítulo XXIV. ¿Por qué muchos príncipes de Italia perdieron sus Estados?

 

Se observa mucho más celosamente la conducta de un príncipe nuevo que la de uno hereditario, si los hombres la encuentran virtuosa, se sienten mas agradecidos y se apegan mas a el que a uno de linaje antiguo. Porque los hombres se ganan mucho mejor con las cosas presentes que con las cosas pasadas, y cuando en las presentes haya provecho, las gozan sin inquirir nada y mientras el príncipe no se desmerezca en las otras cosas, estarán siempre dispuestos a defenderlo. Así, el príncipe tendrá la doble gloria de haber creado un principado nuevo y de haberlo mejorado y fortificado con buenas leyes, buenas armas, buenos amigos y con buenos ejemplos. Por consiguiente, como dice Maquiavelo, estos príncipes nuestros que ocupaban el poder desde hacia muchos años no acusen a la fortuna por haberlo perdido, sino a su ineptitud. Como en épocas de paz nunca pensaron que podrían cambiar las cosas (es defecto común de los hombres no preocuparse por la tempestad durante la bonanza), cuando se presentaron tiempos adversos, atinaron a huir y no a defenderse, y esperaron que el pueblo, cansado de los ultrajes de los vencedores, volviese a llamarlos.

 

Capítulo XXV. Del poder de la fortuna de las cosas humanas y de los medios para oponérsele.

 

Muchos creen y han creído que las cosas del mundo están regidas por la fortuna y por Dios, de tal modo que los hombres mas prudentes no pueden modificarlas y mas aun no tienen remedio alguno contra ellas, de lo cual podrían deducir que no vale la pena fatigarse mucho en las cosas, y que es mejor dejarse gobernar por la suerte. Sin embargo, a fin de que no se desvanezca nuestro libre albedrio, Maquiavelo acepta que la fortuna sea juez de la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja gobernar la otra mitad o poco menos. Así mismo se cuestiona de por qué un príncipe que hoy vive en la prosperidad, mañana se encuentra en la desgracia, sin que haya operado ningún cambio en su carácter ni en su conducta. Considera que esto se debe en primer lugar a que el príncipe que confía ciegamente en la fortuna perece en cuanto ella cambia. Considera que es feliz el que concilia su manera de obrar con la índole de las circunstancias y que del mismo modo es desdichado en el que no logra armonizar una cosa con la otra. Pues se ve que los hombres para llegar al fin que se proponen, esto es, a la gloria y las riquezas, proceden en forma distinta: uno con cautela, el otro con ímpetu; uno por la violencia, el otro por la astucia; uno con paciencia, el otro con su contrario; y todos pueden triunfar por medios tan dispares. Así pues, dos que actúan de distinta manera obtienen el mismo resultado y que de dos que actúan de igual manera uno alcanza su objeto y el otro no. De esto depende así mismo el éxito, pues si las circunstancias y los acontecimientos se presentan de tal modo que el príncipe que es cauto y paciente se ve favorecido, su gobierno será bueno y el será feliz; más si cambian, está perdido, porque no cambia al mismo tiempo su proceder. Como la fortuna varia y los hombres se obstinan en proceder de un mismo modo, serán felices mientras vayan de acuerdo con la suerte e infelices cuando estén en desacuerdo con ella.

 

Capítulo XXVI. Exhortación a liberar a Italia de los bárbaros.

 

Después de meditar en todo lo expuesto, Maquiavelo se preguntaba si en Italia, en aquel momento, las circunstancias eran propicias para que un nuevo príncipe pudiera adquirir la gloria, pues Italia se veía enfrentada a la infantería suiza y española por lo que exhortaba a organizar unas tropas para defenderse con el valor italiano de los extranjeros, que fueran capaces por un lado de resistir la caballería y por otro capaces de enfrentar los soldados a pie, disponiendo para ello de nuevas armas y toda la disposición de los combatientes.

 

Consideraba Maquiavelo que nada honra tanto a un hombre que se acaba de elevar al poder como las nuevas leyes y las nuevas instituciones ideadas por él, que, si están bien cimentadas y llevan algo grande en si mismas, lo hacen digno de respeto y admiración. Sin embargo, en muchos casos sucede que los capaces no son obedecidos y todos se creen capaces, por lo que hasta ese momento no hubo nadie que supiese imponer su valor y su fortuna y que hiciese ceder a los demás. No puede haber soldados mas fieles, sinceros y mejores que los de uno y si cada uno de ellos es bueno, todos juntos, cuando vean que quien los dirige, los honra y los trata paternalmente es un príncipe en persona, serán mejores.

 

 

Definiciones. En virtud de la claridad frente a algunos temas, a criterio propio, incorporo algunas definiciones a saber:

 

  1. Estado. Es la forma de organización política que adopta una comunidad con intereses comunes. Lo elementos que constituyen el Estado son la población, el territorio y el gobierno.

  2. Soberanía. Es la independencia que tiene un Estado para crear sus leyes y controlar sus recursos sin coerción de otros Estados u actores externos.

  3. Republica. Es un sistema político en el cual el poder emana del pueblo y se ejerce a través de representantes elegidos democráticamente, con el objetivo de garantizar la igualdad, la libertad y el estado de derecho.

  4. Principado. Es una forma de gobierno monárquico en la que el poder está concentrado en manos de un príncipe o princesa.

  5. Expoliar. Es un término que se utiliza para describir el acto de apoderarse de algo, generalmente de manera ilegal o injusta, especialmente en el contexto de robar o saquear bienes, recursos o propiedades de alguien más. Este término también puede implicar despojar a alguien de sus posesiones mediante el uso de la fuerza, la violencia o la coerción.

  6. Prodigalidad. Se refiere a un comportamiento de excesiva generosidad o gasto extravagante, especialmente en lo que respecta al dinero o recursos. Una persona que muestra prodigalidad tiende a gastar o dar de manera imprudente, sin considerar adecuadamente las consecuencias financieras a largo plazo.

 

3. Consejos a los políticos para gobernar bien: Plutarco (a)

Sobre el autor, Plutarco, fue un historiador, biógrafo y filósofo moralista griego, cuyas obras se compilan en dos colecciones: Vitae (Vidas Paralelas) y Moralia (Obras Morales). Dentro de los múltiples temas que abordó, se destacan dos tratados incluidos en su colección Moralia: "a un gobernante falto de instrucción y consejos políticos", los cuales son recopilados y comentados en este libro titulado Consejos a los Políticos para Gobernar Bien, donde se expone como Plutarco plantea sus ideas, preferencia y reflexiones acerca de:

  • Cómo, cuándo y con qué tipo de formación se puede acceder a cargos y servicios públicos, y

  • El comportamiento de esos servidores públicos

A un gobernante falto de instrucción Este tratado con siete apartados, plantea lo siguiente:

  • La importancia de la razón, nace del saber filosófico, para educar a los gobernantes, aunque estos no suelan aceptarla como guia, por miedo a ser privados de los privilegios que les otorga el poder, haciéndolos esclavos del deber.

  • El gobernante debe conseguir primero el dominio sobre sí mismo, dirigir rectamente su alma y confrontar su carácter para poder persuadir y gobernar. Es erróneo para el gobernante creer que con la firmeza de su voz, la dureza de su mirada, las malas maneras y una vida insociable, imita la grandeza y la majestad del poder. No corresponde considerar que la primera ventaja de gobernar es el no ser gobernado.

  • ¿Quién gobernará al gobernante? La ley, rey de todos, mortales e inmortales. No se puede disfrutar de las cosas o disponer correctamente de ellas sin la ley, sin justicia y sin un gobernante. La justicia es el fin y la meta es la ley.

  • El gobernante debe temer más por hacer el mal que sufrirlo, pues lo primero es la causa de lo segundo. Los reyes temen por sus súbditos, pero los tiranos temen a sus súbditos.

  • El poder unido a la maldad refuerza las malas pasiones, la razón en cambio, puede y debe reprimir el poder que tiene el gobernante.

  • Entre los débiles, los humildes y los simples ciudadanos la insensatez unida a la falta de poder resulta finalmente inofensiva; en cambio el poder, unido a la maldad, añade vigor a las pasiones y el mayor peligro está en que el que puede hacer lo que quiere, quiera lo que no debe.

  • No es posible disimular los vicios cuando se ejerce el poder. A los faltos de instrucción, la fortuna, tras elevarlos un poco con algunas riquezas, honores y poderes, tan pronto como están en lo más alto nos hace asistir a su caída. Del mismo modo, las almas corruptas, no pudiendo resistir al poder, dejan escapar sus deseos, sus iras, su orgullo y su mal gusto.

Lo planteado por Plutarco podría considerarse como reflexiones de política clásica para políticos modernos. Nada tan vigente en relación con las cualidades mínimas que debería tener un ciudadano que desea incursionar en la política, si se considera lo que a la fecha sucede con nuestros gobernantes, sus políticas y el sentir de la sociedad en general. La condición de la naturaleza humana con sus defectos y virtudes como se reconoce en estas primeras reflexiones, así como la importancia de la razón en relación con el actuar, con el deber ser, puede hacerse extensible también al entorno corporativo. En ambos mundos los gobernantes y los gobernados, guardando sus respectivas proporciones, tienen un común denominador que es el bienestar general por encima del particular. Al final de cuentas podría decirse que se trata de gobernar y esta acción sin excepción, debería estar siempre enmarcada por la ética y la moral. Sin embargo, se observa cómo el ego, la vanidad, el deseo de poder, de gloria, de riqueza, aleja en muchos casos, a esos gobernantes, de los principios y valores que orientan el actuar del ser humano, generando conflicto entre las partes, por un lado y en lo político revueltas o revoluciones, por otro lado en lo corporativo, lo que se conoce como el problema de agencia(b). Según lo comentado en relación con estas primeras reflexiones, vale la pena destacar seguramente dentro de muchas otras, tres frases, sobre las cuales a continuación se da una opinión personal: La primera frase: "No se puede considerar que la primera ventaja de gobernar es el no ser gobernado". Sin excepción todos nos vemos enfrentados a obligaciones y deberes consagrados en la Ley. No corresponde para nada considerar que habiendo alcanzado la más alta dignidad, se está exceptuado de rendir cuentas. En lo público el gobernante es gobernado por la ley y por el pueblo, cuyo actuar materializado en el desarrollo y ejecución de las políticas públicas(c), es juzgado, evaluado y aprobado por la sociedad que lo ha elegido. Del mismo modo, el administrador corporativo que ha sido elegido por los accionistas, se debe a las normas y políticas empresariales y a las leyes comerciales que establecen las obligaciones y deberes en los que se debe enmarcar su actuar, siempre en beneficio de los accionistas y de las partes interesadas, quienes a través de los órganos de gobierno corporativo, vigilan, supervisan y controlan su gestión. La segunda frase: "La justicia es el fin y la meta es la ley", plantea una interrelación entre estos dos conceptos: la justicia y la ley, los cuales innegablemente se influyen mutuamente, pues la justicia se convierte en el objetivo y la ley en el medio o la herramienta para alcanzar ese objetivo, que no es otra cosa que la búsqueda de la equidad, la imparcialidad y la corrección en las relaciones humanas, así como en la distribución de bienes, derechos y castigos. En el mismo sentido y a nivel corporativo, las normas, políticas y procedimientos establecidos, deberán guiar un actuar de las empresas y sus administradores, de manera ética y equitativa en sus operaciones y relaciones con sus empleados, clientes, proveedores y la sociedad en general. Esto implica respetar los derechos humanos, evitar la discriminación, promover condiciones de trabajo justas y seguras, y cumplir con las leyes y regulaciones aplicables. La tercera frase: "El mayor peligro está en que el que puede hacer lo que quiere, quiera lo que no debe", señala lo inconveniente que puede resultar sucumbir a los deseos exacerbados de poder y de riqueza sin restricciones, donde claramente la ausencia de límites puede llevar a comportamientos irresponsables, abusivos o perjudiciales, como el deseo de lo incorrecto alejándose de cualquier valor o principio ético y moral. Esta combinación entre poder e inclinaciones o intenciones negativas o inapropiadas, puede llevar a abusos, corrupción y comportamientos perjudiciales tanto para la persona en cuestión como para otros. La frase destaca la importancia de establecer límites y tener un sentido de responsabilidad y ética en el ejercicio del poder, cualquiera que sea el ámbito: público o privado. Consejos políticos Este tratado con treinta y dos apartados se puede segmentar en dos tipos de reflexión: a. Del tratado 1 al 12, se reconocen los consejos para iniciarse en la política, las virtudes y las capacidades necesarias en el aspirante a ocupar un puesto en la vida pública y los dos caminos para entrar en la misma.

  • No conviene en la política hacer propuestas generales, que en nada enseñan y aconsejan. Es mejor ser un espectador de los ejemplos basados en hechos y no solo en palabras.

  • No se debe elegir la política por un impulso repentino, sino por convicción y razonamiento, pues en los asuntos públicos ha de primar el bienestar general antes que el negocio y el afán de lucro. Actuar de manera justa y transparente hace al gobernante esclavo de aquellos sobre los que pretender gobernar, caso contrario chocará con aquellos que quieren agradar.

  • Lograda la elección, al político le resulta necesario estudiar y entender el carácter de los conciudadanos. Intentar modular el carácter y corregir la naturaleza de estos, no es fácil ni seguro, requiere mucho tiempo y gran capacidad. Así que el político, mientras disponga de un liderazgo, conseguido con su reputación y confianza ha de adaptarse al carácter de su pueblo y tomarlo como objeto de su esfuerzo, sabiendo con qué cosas se complace y con cuales se deja conducir de forma natural.

  • Cuando el político se ha hecho fuerte y se ha ganado la confianza de sus conciudadanos, debe regular su carácter, conduciendolos poco a poco hacia lo que sea mejor y tratandolos con suavidad, pues es un trabajo difícil el cambio del pueblo. También los hombres que ocupan un cargo político no solo deben dar cuenta de las cosas que dicen y hacen en público, sino también deben preocuparse de sus comidas, de sus amores, de su matrimonio y de todas sus actividades frívolas y serias.

  • No se puede descuidar el encanto y el poder de la elocuencia, y atribuirlo todo a la virtud, considerando que la oratoria no es la creadora sino la servidora de la persuasión. El político debe tener dentro de sí mismo no solo la inteligencia con que gobierna, sino también la palabra con que ordena.

  • El discurso del político debe estar lleno de sentimiento natural, de verdadera sabiduría, de franqueza paternal, de previsión, de inteligencia atenta y junto con la nobleza del contenido, ha de unir el encanto y el atractivo, que procura la dignidad de las palabras y los pensamientos apropiados y convincentes.

  • El sarcasmo y la broma pueden formar parte del discurso político, sino se dicen a manera de insulto o bufonada, siendo útiles para el reproche y el menosprecio. No menos importante en el discurso es la concisión, encerrando y expresando mucho más contenido en pocas palabras. Este debe ser pensado, articulado y ensayado.

  • Debido a la importancia del debate político, el discurso no solo debe ser bien preparado, sino que para dar el mismo se requiere de voz fuerte y pulmones vigorosos.

  • Existen dos entradas y dos caminos en la vida política, la una rápida y brillante, que conduce a la gloria, pero que no está libre de peligros, y la otra, más prosaica y más lenta, pero que es más segura.

  • La mayoría de los hombres ilustres han elegido una entrada más segura y lenta, juntándose a un hombre ilustre y de más edad, elevándose gracias a su poder y creciendo con el. Por el contrario, todos los otros, con nobleza y sabiduría política, respetaron hasta el final a sus maestros y los honraron, aumentando por si mi mismos, a su vez, la luz que los hacía brillar y uniendo su brillo al suyo.

  • El que comienza en la política no debe elegir como guía simplemente a un hombre famoso y poderoso, sino también a aquel que lo sea por sus merecimientos.


Motivo de discusión ha sido determinar si un líder nace o se hace. Más allá de cualquier consideración, a lo largo de la historia podría decirse tanto en el ámbito público como privado lo siguiente: un líder por lo general ha tenido un modelo a seguir, ha formado y desarrollado unas cualidades propias para serlo y nunca el cargo o la posición por el simple hecho de haberle sido otorgada, hace un líder. Así mismo, un líder en virtud de su cargo o posición puede tener autoridad por la dignidad que le ha sido encomendada, pero no tener el poder que se demanda para ganar confianza, reputación, para dar ejemplo, y de esa manera liderar, motivar, convencer, dirigir, pero sobre todo y quizá lo más importante, influir en los demás para alcanzar las metas u objetivos propuestos. La razón nos debe permitir advertir de los posibles peligros y consecuencias asociados con la búsqueda de la gloria y el reconocimiento rápido en la vida política y privada. Bien sea el poder o la autoridad, en ningún caso deben estar motivados por la falsa creencia que la riqueza material son sinónimo de éxito, felicidad, realización personal y estatus social. La riqueza bien ganada es una condición necesaria, pero no suficiente para el bienestar físico y espiritual del ser humano. Uno de los mayores símbolos o activos de un líder, es su reputación. Esta genera confianza en los demás y es resultado no solo de su actuar en la vida pública, sino también de su actuar en su vida privada. Esto construye la autoridad moral para exigir a los demás. b. Del apartado 13 al 32, se explica como debe ser el comportamiento y las actuaciones del político, una vez alcanzado un cargo con poder sobre sus conciudadanos.

  • La política no puede ser puesta al servicio de la amistad y subordinar los asuntos comunes y públicos a los favores e intereses privados.

  • Toda actividad política trae consigo enemistades y desacuerdos, de las cuales el político debe de preocuparse. Sin embargo, ningún político debe considerar a ninguno de sus conciudadanos como un enemigo, salvo aquellos que solo procuran el mal.

  • No solo el cargo distingue al hombre, sino también el hombre al cargo. Un hombre que se preocupa por el interés propio resulta insignificante y mezquino. Un hombre que se preocupa por el interés público y la ciudad, es noble y tiene grandeza. Para ello es importante que el político construya un equipo en que delegar y apoyarse para atender las necesidades y adversidades, absteniéndose de querer hacerlo y controlarlo todo él solo. Aquel que por un deseo insaciable de gloria o poder, toma sobre sí toda la carga de la ciudad se dedica a aquello para lo que no está hecho ni se ha ejercitado.

  • Puesto que en todo pueblo existe la malevolencia y la crítica hacia los que dirigen la política, y sobre muchas de las medidas útiles, en el caso de que no haya una sublevación ni una oposición política, recae la sospecha de que son realizadas por conspiración, y esto es, sobre todo, lo que hace sospechosas las amistades y a la camaradería, por lo que los políticos no deben permitir que haya entre ellos verdadero rencor o discrepancia alguna.

  • El político es siempre, por naturaleza, el jefe de la ciudad y por lo mismo debe mantener los asuntos públicos en sus manos. Así mismo los cargos que son conseguidos por medio de una elección del pueblo no deben ser rechazados y así sean inferiores para un hombre de su reputación, debe aceptarlos y dedicarles todo su entusiasmo, pues no solo el cargo distingue al hombre, sino éste al cargo.

  • El político no solo debe mostrarse a sí mismo y a su patria como irreprochable, sino que debe procurarse también algún amigo entre los más poderosos y encargos elevados, como firme baluarte de su actuación política.

  • El político aunque determine y procure la obediencia de su patria a sus soberanos, no debe humillarla, convirtiéndola en tímida y sin autoridad alguna, sino procurando la igualdad entre los ciudadanos y evitando y no produciendo revueltas y disturbios, que pueden poner en peligro el estado.

  • Dado que toda magistratura es algo grande y sagrado, el que la ejerce debe honrarla, respetando al superior, dando prestigio al inferior, honrando al igual y siendo afable con todos, teniendo la costumbre, además, de atribuir a las virtudes del pueblo el posible éxito de sus actuaciones.

  • Se piensa que el trabajo propio de la educación política es formar a súbditos obedientes, pues en toda ciudad la clase gobernada es más numerosa que la clase que gobierna y, en un régimen democrático, cada uno gobierna un corto espacio de tiempo, pero es gobernado durante toda la vida, sabiendo que la verdadera reputación no viene siempre del poder, sino del afecto con el que se trata a los ciudadanos.

  • Es también un servicio público soportar la difamación y la cólera del gobernante, dejando o retardando nuestra defensa para luego, para cuando haya dejado el cargo.

  • El político debe contender siempre con todo tipo de gobernantes con diligencia, prudencia e inteligencia a favor del bien común. Así mismo cuando gobierna otro, no debe inmiscuirse en la administración, a no ser que descubra en el que gobierna, algún tipo de negligencia. Pues la ley siempre concede el primer puesto en el gobierno a aquel que obra según la justicia y sabe lo que es conveniente.

  • Es de un déspota considerar necesario cometer injusticias en los asuntos pequeños del pueblo si se quiere actuar con justicia en los asuntos grandes. Es propio de un político dar gusto al pueblo en los asuntos pequeños, pero actuar con justicia en los grandes.

  • No es malo también, desviar el interés del pueblo hacia otras cosas útiles, cuando muchas de las medidas poco ventajosas no las puede impedir el político por medios directos, sino que tiene que emplear, de alguna manera, una vuelta o rodeo.

  • Cuando es necesario realizar algo de gran importancia y utilidad, que precisa de mucha lucha y diligencia, el político debe tratar de elegir entre sus amigos a los más capaces, y a los más tranquilos entre los capaces, pues estos tienden menos a oponerse y están más dispuestos a colaborar, porque son sensatos y no son aficionados a la disputa. También es preciso que el político conozca su propia naturaleza y elija para aquello que está menos dotado que otros a los más competentes en lugar de aquellos que son igual a él.

  • Se debe moderar el amor por lo honores, sabiendo que el verdadero honor está en dentro de nosotros mismos y que por lo tanto este crece con la reflexión y la contemplación de nuestras acciones y actuaciones políticas. El honor no debe ser un salario por una acción, sino un símbolo que perdura a lo largo del tiempo por la sencillez.

  • El primero y mayor bien que tiene la reputación de los políticos es la confianza que les da el acceso a los asuntos públicos; el segundo es que el afecto de la multitud es para los buenos un arma defensiva contra los calumniadores y malvados, manteniendo lejos la envidia y para las autoridades, hace al que ha nacido humilde igual a los nobles, al pobre igual a los ricos y al simple ciudadano igual a los que gobiernan. En resumen cuando la verdad y la virtud se añaden, la reputación es un viento favorable y seguro para avanzar en la actividad política.

  • El amor que surge de las ciudades y los pueblos hacia un individuo a causa de su virtud es el más fuerte y el más divino. Caso contrario sucede cuando el pueblo destruye y pierde su autoridad y soberanía popular a cambio de favores, sucumbiendo a la corrupción.

  • El político no debe ser tacaño en otorgar favores, si tiene suficiente prosperidad para financiarlos, siendo generoso y desinteresado, aunque ha de evitar, sin embargo, conceder liberalidades y espectáculos que produzcan grosería y desenfreno.

  • Si la hacienda es moderada y está circunscrita a las necesidades, no hay nada innoble ni humillante en reconocer la pobreza, antes que competir con los ricos por el poder y la reputación a cualquier costa. Corresponde rivalizar mejor con los que se esfuerzan siempre por conducir a la ciudad por medio de la virtud y su sabiduría, junto con la palabra, pues no solo hay nobleza y dignidad, sino también el poder de agradar y atraer el pueblo.

  • El principio del cambio a un estado saludable no viene de partes igualmente enfermas, sino que se produce cuando la condición física en las partes sanas, ganando fuerza, elimina aquello que es contrario a su naturaleza. De tal suerte se ha de evitar las revueltas y si las hay no conviene mantenerse sentado impasible e insensible. Se debe por todos los medios tener trato con las partes y no tomar partido de ninguna de ellas, mostrándose como un hombre accesible a todos para ayudarles. Se convierte para el político entre las actividades correspondientes a su cargo, hacer que reine siempre, entre aquellos que viven juntos, la concordia y las amistad de unos con otros, suprimir las disputas, las discordias y toda enemistad. Pues debe tener presente que una revuelta en una ciudad no siempre la provocan las rivalidades por los asuntos públicos, sino que, muchas veces, las diferencias que se derivan de asuntos y ofensas privadas, al pasar a la vida pública, destruyen toda la ciudad. Es por esto, que conviene al político, no menos que ningún otro asunto, remediar o prevenir estos problemas.


La ética, la moral, lo valores y los principios son los ingredientes que marcan el correcto actuar en lo público y en lo privado. Son las bases sobre las que se construye el liderazgo, el poder y la reputación, pero sobre todo son la señal en el camino que evita desviarse de la búsqueda del bien común al bien particular. Estas reflexiones son una invitación al liderazgo, al trabajo en equipo, al compromiso con y por la causa, al respeto, pero quizá lo más importante un llamado a la honestidad como valor fundamental que se refiere a ser veraz, íntegro y sincero en nuestras acciones, palabras y comportamiento, que implica actuar de acuerdo con la verdad y no engañar deliberadamente a los demás, pero sobre todo que implica asumir la responsabilidad de nuestros actos y admitir errores cuando los cometemos, reconocer nuestras limitaciones y no pretender ser algo que no somos. Bien se señala que "No solo el cargo distingue al hombre, sino también el hombre al cargo" y esto se refiere claramente a que el valor de una persona no solo proviene del cargo o posición que ostenta, sino que también depende y en gran manera de cómo se comporta y actúa en ese cargo. Independientemente de la posición que se ocupe, es el comportamiento ético, la competencia, el liderazgo y la capacidad para tomar decisiones informadas y responsables lo que realmente distingue a una persona y la hace valiosa en su rol. Que mejor manera tiene un líder de honrar un cargo a través del trato que este ofrece a los demás. Como se señala, esto es "respetando al superior, dando prestigio al inferior, honrando al igual y siendo afable con todos". Ese respeto al superior se da reconociendo su autoridad y experiencia, al inferior reconociendo y valorando su trabajo y contribución, y a los pares y en general a todos tratandolos con respeto, cortesía y consideración. Ya para terminar, no se puede perder de vista que de una u otra manera siempre existirán conflictos, reconociendo en estos la naturaleza inherente de las diferencias y las discrepancias que se pueden dar entre las personas y que se pueden dar por divergencias de opinión, intereses, valores o necesidades. Es parte normal de la vida y las relaciones humanas. Sin embargo, aunque los conflictos sean inevitables, esto no significa que debamos resignarnos a ellos o fomentarlos. Por el contrario, se enfatiza la importancia de tratar de evitar los conflictos siempre que sea posible y de manejarlos de manera adecuada cuando se presenten. Evitar los conflictos implica buscar formas de comunicación efectiva, comprensión mutua y resolución pacífica de diferencias. Esto puede involucrar el diálogo abierto, el respeto, la empatía y la disposición a ceder cuando sea necesario. La prevención de conflictos implica también establecer normas claras, promover la colaboración y abordar los problemas antes de que se conviertan en conflictos mayores. Cuando los conflictos ya se han presentado, es importante manejarlos de manera constructiva. Esto implica buscar soluciones negociadas, escuchar a todas las partes involucradas, considerar diferentes perspectivas y encontrar compromisos mutuamente aceptables. Además, puede ser necesario recurrir a la mediación o al arbitraje para resolver disputas de manera imparcial y equitativa. Definiciones. En virtud de la claridad frente a algunos temas, a criterio propio, incorporo algunas definiciones a saber:

  1. Teoría de la agencia(b). Parte del supuesto básico que los propietarios de una organización (Principal), delegan en un tercero (Agente), la responsabilidad de accionar los propósitos y fines del primero para maximizar sus funciones de utilidad.

  2. Política Pública(c). Es un proceso integrador de decisiones, acciones, inacciones, acuerdos e instrumentos, adelantado por autoridades públicas con la participación eventual de los particulares, y encaminado a solucionar o prevenir una situación definida como problemática.

  3. Gobierno Corporativo(d). Es el conjunto de normas, principios y procedimientos que regulan la estructura y el funcionamiento de los órganos de gobierno de una empresa.

  4. Gobernar(e). La palabra "gobernar" se refiere al acto de ejercer el poder y la autoridad para dirigir, administrar y tomar decisiones en un país, estado, región o cualquier entidad política. Implica la capacidad de establecer y hacer cumplir leyes, regulaciones y políticas, así como de liderar y dirigir los asuntos públicos.

  5. Moral(f). Doctrina del obrar humano que pretende regular el comportamiento individual y colectivo en relación con el bien y el mal y los deberes que implican.

  6. Ética(g). Conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida.

  7. Valores(h). Se conoce como valores humanos al conjunto de virtudes que posee una persona u organización, que determinan el comportamiento e interacción con otros individuos y el espacio.

  8. Principio(i).principios son normas o reglas de carácter general y universal, destinadas a orientar la conducta humana hacia el bienestar y el desarrollo

  9. Liderazgo(j). El liderazgo es el conjunto de habilidades de un individuo que le permiten ejercer tareas como líder. Un líder es aquel que está al mando de un grupo y tiene la capacidad de motivar a sus integrantes a través de su discurso o de su empatía.

  10. Poder vs Autoridad(k). el poder se refiere a la capacidad de influencia y control, mientras que la autoridad es el derecho o la legitimidad para ejercer ese poder. Es posible tener poder sin autoridad, como en el caso de un líder carismático que ejerce influencia sobre las personas, pero no tiene una posición formal de autoridad. Por otro lado, es posible tener autoridad sin poder, como en el caso de un líder político que tiene un título o posición de autoridad, pero carece de la capacidad real para influir y controlar a otros.

  11. La razón(l). Es una facultad o capacidad humana que permite pensar, comprender, juzgar y tomar decisiones lógicas. También se refiere a la capacidad de encontrar explicaciones o justificaciones racionales para nuestras acciones, creencias o pensamientos.

  12. Filosofía(m). La filosofía es una disciplina que se ocupa de investigar y reflexionar sobre los fundamentos de la existencia, el conocimiento, la moral, la realidad, la mente y otros aspectos del universo y la experiencia humana. El término "filosofía" proviene del griego antiguo y significa "amor por la sabiduría". La filosofía busca respuestas a preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida, la naturaleza del conocimiento, la realidad última de las cosas y los principios morales que guían nuestras acciones. A través de la reflexión crítica, la argumentación lógica y el análisis conceptual, los filósofos exploran y debaten ideas y teorías con el objetivo de comprender mejor el mundo y nuestra relación con él. La filosofía abarca una amplia gama de áreas de investigación, que incluyen la metafísica (el estudio de la realidad y la existencia), la epistemología (la teoría del conocimiento), la ética (el estudio de la moral y los valores), la lógica (el razonamiento válido y la estructura del argumento), la filosofía de la mente (la naturaleza de la conciencia y la mente), la filosofía política (el estudio de la sociedad y la política), entre otras.

Fuentes. (a) Consejos a los políticos para gobernar bien. Traducción y prefacio de José García López. Editorial Siruela, Libros del Tiempo. Noviembre, 2016. (b) Teoría de la agencia. https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-50062021000500137#:~:text=La%20Teor%C3%ADa%20de%20Agencia%20principia,maximizar%20sus%20funciones%20de%20utilidad. (c) Política Pública. https://minvivienda.gov.co/node/676#:~:text=%22Es%20un%20proceso%20integrador%20de,una%20situaci%C3%B3n%20definida%20como%20problem%C3%A1tica. (d) Gobierno Corporativo. https://www2.deloitte.com/es/es/pages/governance-risk-and-compliance/articles/que-es-el-gobierno-corporativo.html (e) Gobernar. https://chat.openai.com/share/14fe5ee2-3c72-4d54-aa4a-a92a89b67a76 (f) y (g) Real Academia Española: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.6 en línea]. <https://dle.rae.es> Junio 2023. (h) Valores Humanos. En: Significados.com. Disponible en: https://www.significados.com/valores-humanos/ Consultado: 8 de junio de 2023. (i) Principios. En Concepto.de. Disponible en https://concepto.de/diferencia-entre-principios-y-valores/#ixzz844dn5M9I. Junio 2023. (J) Liderazgo. En Concepto.de. Disponible en: https://concepto.de/liderazgo-2/#ixzz844eIIIKr. Junio 2023 (k) Poder y Autoridad. https://chat.openai.com/share/bea3bc46-fab7-47d4-b3c7-562acea7c83d (l) La razón. https://chat.openai.com/share/8ec9c52d-0776-4dad-8c59-4c9627874d57 (m) La filosofía. https://chat.openai.com/share/5536d4e0-dbab-4696-b017-bbd0577a103a



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